Durante la última semana, en la plaza financiera argentina se respiró la tan ansiada tranquilidad. Han sido dos meses de noticias vertiginosas que derivaron en una volatilidad increíblemente elevada que terminó impactando de lleno en la confianza de los inversores.
Así, el panorama se volvió incierto y el pesimismo hacia adelante terminó de profundizar la salida de capitales que ya era un proceso desestabilizador para las economías emergentes.
Sin embargo, cuando uno observa la evolución del índice Merval, el principal representante de las acciones argentinas, la caída acumulada en 2018 es de apenas un 8%. A la luz de esta medida, la corrección no parecer ser tan dramática como lo describí anteriormente. De hecho, desde el punto de vista técnico, estaríamos en presencia de una simple corrección de los papeles locales.
Pero analizar cualquier cosa en la Argentina sin considerar la evolución del dólar es hacer una evaluación que prácticamente no tiene sentido. De hecho, la economía argentina es bimonetaria, producto de las grandes crisis económicas vividas a lo largo de la historia. Y será así por mucho tiempo, mientras no se consolide un proceso de estabilidad que permita devolver cierta confianza a la moneda local.
Cuando medimos la performance de las acciones argentinas en “moneda dura”, la destrucción de riqueza ha sido realmente estrepitosa
Medido en dólares, el índice Merval retrocedió un 38,6% en lo que va de 2018. Y si consideramos el máximo histórico alcanzado el 1° de febrero de este año, la caída llega a un espectacular 45,1%.
A nivel desagregado, la baja de algunas cotizaciones ha sido aún peor. Por ejemplo, desde su máximo histórico, Metrogas (METR), principal empresa distribuidora de gas en la zona metropolitana, perdió un 71% de su valor en dólares. En el sector bancario, el mayor golpe fue para Banco Supervielle (SUPV), que llegó a perder un 70% de su valor en dólares y cotizó, incluso, por debajo del precio de su Oferta Pública Inicial (OPI) de mayo de 2016.
El golpe ha sido duro no solo para los inversores, sino también para la perspectiva macroeconómica del país. De proyectarse un crecimiento anual del 3,5% para este año, las estimaciones privadas dan cuenta de que la recesión que inició en mayo podría prolongarse hasta fines de año, terminando con un avance de la economía de tan solo el 0,5% del PBI en 2018. Asimismo, la inflación podría estar, en el mejor de los casos, en el doble de la meta del 15% original, deteriorando el poder de compra de los consumidores y acentuando las expectativas negativas.
Ni siquiera el préstamo de más de 50.000 millones de dólares anunciado con el FMI (Fondo Monetario Internacional) logró atemperar los ánimos y las expectativas de devaluación. Hizo falta ver tasas nominales anuales de arriba del 50%, como el caso de las Lebac (Letras del Banco Central), para reactivar la demanda de pesos argentinos.
Hoy, la prioridad pasa por estabilizar la situación financiera de corto plazo. Una vez conseguido este objetivo, se verá cómo salir de la recesión.
Lo cierto es que estos movimientos no han sido libres de efectos secundarios nocivos para las empresas cotizantes y sus balances corporativos. Gran parte de esa noticia negativa está incorporada en las cotizaciones actuales. El tema es determinar si la corrección no fue exagerada y si es momento de comprar.
El riesgo es muy grande aún: necesitamos no solo una estabilización cambiaria, sino una tranquilidad en el mercado accionario para retomar la confianza perdida.