China: Entre Trump, el Congreso Comunista y la Fed... Ve 6.5% de PIB para este año.
Acaba de empezar el año chino. Es el año del gallo, el signo más heroico e inteligente. Y mucha heroicidad y perspicacia necesitará el gigante amarillo para afrontar un 2017, a priori, espinoso. Es verdad que el 2017 empezó mejor que el 2016. Hace un año, China era una de las pesadillas de la economía global. Amenazaba con colapsar y arrastrar al resto del mundo a otra grave recesión. Entre la desaceleración de su economía, la devaluación del renmimbi, la burbuja inmobiliaria, el desplome de su bolsa y la colosal deuda agregada del país, sobre todo del sector corporativo, China parecía al borde de un cataclismo. Sin embargo, las autoridades lograron enderezar el rumbo de la economía: se evitó un “aterrizaje forzoso” y la economía, con un crecimiento del PIB de 6.7% el año pasado, incluso se expandió más de lo previsto; se logró gestionar una depreciación ordenada del renmimbi, sin que provocara nuevos sobresaltos en los mercados financieros globales; y el Shangai Composite, luego del derrumbe que sufrió al inicio del año pasado, consiguió detener la sangría e iniciar una moderada tendencia de recuperación.
Por tanto era normal que ese mensaje, el de la estabilidad económica, fuera el que primara este fin de semana durante la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular. Ahí se delinearán las perspectivas económicas para este año y, sobre todo, se abordará el debate de cómo sostener un crecimiento económico satisfactorio, más con Trump amenazando con torpedear la política comercial de China, que permita una transición política suave dentro del Partido Comunista al tiempo que se corrigen los peligrosos desequilibrios económicos que ya la acechan.
Esos peligros, pese al mensaje de estabilidad, siguen ahí. Aunque China logró enderezar el rumbo de su economía el año pasado, lo hizo a un costo alto, y echando mano de la receta tradicional: expandir el crédito e impulsar el gasto en infraestructura. Al final, los precios de la vivienda se dispararon más de un 30% en la mayoría de las grandes ciudades, y el gobierno tuvo que dar marcha atrás en sus planes de reducir la deuda corporativa, recortar los subsidios a empresas públicas inviables y disminuir el exceso de capacidad en el sector de siderurgia, carbón y otras industrias. El déficit público fue del 3% del PIB en el 2016, comparado con 2.3% en el 2015, y la deuda total se sigue amontonando y ya es de casi el 260% del PIB comparado con 160% a finales de 2008. No es la mejor manera de transitar hacia un crecimiento económico sostenible, pero sí la mejor forma de eludir riesgos políticos asociados con la quiebra de empresas públicas y masivos despidos.
Esos riesgos políticos tendrán que ser aún mejor atendidos en este 2017. A finales de año se celebrará el Congreso del Partido Comunista, una reunión que se convoca cada cinco años para reestructurar el Politburó chino. Se espera que el actual presidente de China, Xi Jinping, sea elegido para un segundo mandato de cinco años. Pero habrá codazos para intentar acomodar a sus aliados en posiciones de liderazgo. Y pese al hermetismo de la cúpula china, se sabe que han surgido críticas en contra del presidente y del primer ministro, Li Keqiang, al no haber logrado reconducir los desequilibrios de la economía china pese a la desaceleración económica.
Deseceleración que proseguirá en el 2017. El gobierno prevé que la expansión del PIB para este año sea de 6.5%, ligeramente por debajo de la tasa de 6.7% del año pasado. Y aunque seguirá siendo de las más dinámicas del mundo sólo por detrás de la India, para China es poco. Será la tasa más baja de crecimiento en más de un cuarto de siglo, desde 1990. Menos de eso puede significar un peligro para la estabilidad política. Para lograr ese objetivo, el gobierno estima repetir un déficit público del 3.0%, aunque prevé recortar la inversión y el gasto militar, y una política monetaria menos expansiva que limite el crecimiento del crédito.
Además, y para sanear el sector corporativo y su colosal deuda, se plantea proseguir una política menos intervencionista que ha conducido a que más empresas “zombies”, esas empresas que son económicamente inviables y que sobreviven gracias al apoyo de los bancos y los gobiernos locales, caigan en la bancarrota. Esa tendencia ya se observa de dos años para acá: mientras que entre 2012 y 2014 se producían en torno a 2,000 casos de bancarrota al año, en el 2015 se elevaron a 3,683 empresas y en el 2016 a un nuevo récords de 5,665. Con esa política, las autoridades planean reducir el exceso de capacidad el sector siderúrgico y de carbón, sectores en los que podrían despedirse a 500,000 trabajadores este año.
Pese a esos esfuerzos y el aumento de las quiebras, el monto de los “créditos malos” en China ascendió a 218,000 millones de dólares al final de 2016, lo que triplicó el monto observado en el 2013. La deuda corporativa es de 180 billones de dólares, o un 160% del PIB. A su vez, si bien el gobierno está dejando caer a empresas pequeñas, sigue rescatando a compañías de mayor tamaño que pueden hacer más ruido mediático, provocar riesgos sistémicos o detonar disturbios sociales: en los últimos seis meses se han canalizado 62,500 millones de dólares con ese propósito.
Así las cosas, aunque el mensaje que se mande sea el de estabilidad económica, debajo existen aún muchos desequilibrios graves que tienen que ser corregidos. Sin embargo, no será fácil acometerlos este año. Uno, porque el año es políticamente muy sensible por el Congreso del Partido Comunista chino, y las autoridades se fijarán más en preservar el crecimiento antes que en acometer las reformas necesarias. Con el objeto de que la economía crezca y no haya despidos, será complicado que sea el mercado el que oriente las políticas, que se emprenda el ajuste necesario en las industrias donde existe exceso de capacidad, o que se afronten las políticas medioambientales necesarias. Dos, porque a los ya de por sí complicados retos de China, la presidencia de Trump los puede embarullar más. Ya hay fricciones comerciales: Trump los acusa de manipular la divisa, y en su discurso en el Congreso del martes pasado relacionó la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio con el cierre de 60,000 empresas en Estados Unidos. ¿Qué pasará si Trump abre una “guerra comercial” con China?. ¿Qué políticas de represalia conducirá China? Sea como sea, las exportaciones chinas y el crecimiento económico podría verse obstaculizado y se podría poner en entredicho la metal del 6.5%; tres, más allá de las políticas comerciales, puede haber tensiones por temas geopolíticos, algunas de las cuales ya afloraron por el asunto de Taiwán y la política de “Una Sola China” que Trump amenazón con abandonar; y cuatro, en un contexto en el que la Fed podría subir las tasas de interés más de lo previsto, las salidas de capital podrían arreciar poniendo más presión a la baja sobre el renmimbi. En un esfuerzo por conducir una depreciación ordenada del renmimbi, China tendría que gastar más reservas o imponer controles de capital, pese al nuevo mensaje globalizador que propaga. En enero, las reservas de China cayeron por debajo de los 3.0 billones de dólares por primera vez desde el 2011, luego de alcanzar los 4 billones a mediados de 2014. Por tanto, el dragón amarillo tendrá difícil cantar este año un nuevo amanecer para China, aunque se celebre el año gallo.
En la Asamblea Nacional Popular de China que se inauguró este fin de semana, las autoridades establecieron una meta de crecimiento del PIB para el 2017 de 6.5%, la más baja en más de un cuarto de siglo. Ese número prolonga la tendencia de desaceleración observada desde el año 2010 en medio de esa transición de un modelo exportador a otro basado en la demanda doméstica de servicios.