Estados Unidos ha sido la gran tierra de las oportunidades, tanto para los individuos como para las empresas. La libertad, las reglas de juego claras y los incentivos permanentes han sido los drivers fundamentales que fomentaron la idea del “gran sueño americano” para referirse a la posibilidad de progreso en esas tierras.
Bajo estas premisas se constituyeron grandes referentes globales, que lideraron el proceso de consolidación del capitalismo de la segunda posguerra.
Uno de estos jugadores más relevantes ha sido la emblemática General Electric (NYSE:GE), uno de los íconos de la dinámica economía estadounidense que conquistó el mundo a base de innovación y tecnología.
Hoy, este liderazgo está claramente en declive y, sobre todo, en discusión su rol futuro tras el derrumbe de la acción de más del 55% en los últimos 12 meses:
GE fue uno de los primeros integrantes tempranos del Índice Dow Jones, cuando apenas era conformado por 12 empresas.
En un principio se destacó por su fuerte presencia en el sector industrial y de iluminación, pero poco a poco, fue adquiriendo empresas de mayor magnitud y transformándose en un conglomerado multinacional diversificado en todo tipo de negocios vinculados con infraestructura, salud, transporte, energía, medios de comunicación y servicios financieros.
El potencial de crecimiento de la firma fue inmenso, y de hecho, ha logrado ser una de las compañías más importantes de los Estados Unidos. Los inversores más prestigiosos han tenido a General Electric en sus portafolios de inversión y muchos de ellos aún siguen enamorados de esta firma por su historia y reputación.
Sin embargo, sufrió un pecado original del cual no puede levantarse: se durmió en los laureles del éxito y no se reconvirtió. Y las empresas que no se reconvierten en este contexto de altísima competencia, pueden desaparecer rápidamente, sin importar su trayectoria pasada.
En los mercados bursátiles, “las empresas valen por el dinero que generan y que podrán generar en el futuro”. Allí es donde está el valor y el potencial futuro de las compañías.
En 2017, GE perdió 6.222 millones de dólares y dio débiles señales para 2018. Eso implica que su política de dividendos y recompra de acciones podría estar en riesgo, más allá de lo que genera el anémico avance de sus actividades operativas.
La firma tiene graves problemas de ineficiencia económica: los indicadores de rendimiento sobre activos (ROA) y sobre fondos propios no llegan al 1%, muy por debajo del promedio del sector, mientras que su deuda a largo plazo supera el 200% sobre los fondos propios.
Sus pasivos son más de 220 mil millones de dólares, algo que tiene un peso significativo si consideramos que la caja de GE cayó en 41.300 millones de dólares en 2016 y en 5.507 millones en 2017.
El recorte a la mitad de los dividendos a pagar en 2018 ha sido la primera gran víctima de esta frágil situación financiera. Se vienen cambios y reconversiones en esta transición. La tentación de agarrar este “cuchillo que cae” es muy alta, pero, en mi visión, no es momento de comprar la acción de GE antes de ver un punto de inflexión consistente, si es que lo hay.
¿Acaso un hipotético rescate por parte de Waren Buffett será el encargado de evitar este “fin del sueño americano”, tal como se rumoreó estos días?