El 23 de septiembre de 1965, hace hoy 59 años, La organización insurgente denominadi Grupo Popular Guerrillero, compuesto por campesinos, estudiantes y maestros intentaron tomar por asalto el cuartel del Ejército situado en Ciudad Madera, Chihuahua. El ataque fue un desafío que cimbró al Estado mexicano y que, hasta hoy, es un símbolo de la lucha social y por la igualdad en el país. Por considerarlo de enorme interés para los lectores de SinEmbargo reproducimos a continuación el texto de la historiadora Flor García Rufino, titulado originalmente “El asalto al cuartel de ciudad Madera. Impresiones de dos niñas”, y que fue publicado en La Fragua de los tiempos. Nueva Época, el 23 de septiembre de 2021. Por Flor García Rufino Ciudad de México, 23 de septiembre (SinEmbargo).- Se conmemoran 56 años del frustrado asalto perpetrado por el grupo guerrillero liderado por Arturo Gámiz García, y todavía siguen apareciendo datos, historias, personajes, que han aportado otras miradas, otros recuerdos del lejano acontecimiento que cimbró al país entero. Es así que dedico estas líneas a dos mujeres que en aquel momento eran unas niñas, y para quienes tuvo una repercusión importante este episodio de nuestra historia: Luz María Gaytán Nayares y Laura Elena Gaytán Saldívar.
Ambos testimonios fueron recogidos por Carlos Montemayor en entrevistas realizadas en mayo y diciembre del 2004; pero además Luz María, con apoyo de su hija Monserrat, registró sus vivencias en el libro La hija del guerrillero. Historia de una persecución, publicado recientemente en la ciudad de Chihuahua.
Las dos singulares mujeres forman parte de una familia emblemática en la lucha social de nuestro país: Luz María, originaria del mineral de Dolores en la región de Madera, y Laura de la rama de los Gaytán del municipio Ignacio Zaragoza.
En el año de 1965, Laura tenía ocho años y Luz María once. Entre ellas no se conocían, pero Laura sí tenía relación con el abuelo de Luz María, Rosendo Gaytán, quien era medio hermano de su padre Edmundo. Entre ellos se había cultivado una relación estrecha, de respeto y aprecio, por lo que Rosendo visitaba con cierta regularidad a la familia de Edmundo, y era muy querido por sus pequeños sobrinos. Laura recuerda que veía a su tío Rosendo como un viejo sabio.
Edmundo Gaytán se distinguía en el pueblo de Zaragoza por ser un hombre que señalaba las injusticias cometidas por las autoridades y caciques, y porque manifestaba públicamente sus ideas políticas, aun cuando solamente unas cuantas familias, como los Peña y los Flores, compartían su ideología. Por esta razón, Laura y sus hermanos se sabían distintos al resto de los niños y jóvenes del pueblo, y desde muy pequeños estaban enterados de sucesos importantes que acontecían en el mundo, como fue el caso de la crisis de los misiles en Cuba en 1962.
“Yo recuerdo a mi padre y algunas personas del pueblo que salieron a protestar y era como un fenómeno que, en una comunidad tan pequeña, hubiera en aquella época una manifestación. Recuerdo que mi madre le decía a mi papá, “Bueno, pero ¿para qué? ¿quién se va a dar cuenta?” Mi padre decía que no importaba si nadie se daba cuenta, que lo importante era que había qué hacer lo correcto.
Mi tío Juventino Gaytán tenía un radio viejísimo, y con él se reunían mi papá y sus compañeros a escuchar Radio Habana; era todo un operativo de secrecía estar encontrando la señal. Recuerdo muy bien algunas arengas de Fidel Castro. Ahí ellos se enteraban y luego lo compartían. Y bueno, eso fue importante para mí”.
La valentía de los guerrilleros en el Asalto al Cuartel de Madera es un recuerdo imborrable de su infancia. Foto: Especial Laura, sus hermanos, sus primos y los hijos de las familias Peña y Flores, habían aprendido desde muy pequeños a tener discreción, a identificar a los personajes que eran contrarios a las ideas de sus padres y a mantener con ellos una distancia prudente.
El 23 de septiembre de 1965, Laura, niña de ocho años, ajena completamente a los hechos ocurridos en ciudad Madera, caminaba tranquilamente por las calles de su pueblo. Caía ya la tarde cuando pasó por la casa de “Chico Bencomo”, una de esas personas con las que difería su padre, y observó que llegaba un camión de la cordada (Policía rural). La niña caminó entonces más despacio para captar qué estaba ocurriendo. Los hombres bajaron del camión, de la casa salió Chico con un rifle y se sumó a ellos. Laura prestó entonces mayor atención y escuchó que decían algo sobre unos muertos en Madera, lo que de inmediato la alertó.
“Corrí a mi casa porque de alguna manera intuí que algo tenía que ver con mi familia, que era importante para ellos, por aquella relación que había de enfrentamiento, enemistad política y reserva con esas familias, y corrí a avisar que algo había pasado porque había llegado gente armada y decían que habían matado personas. Para entonces ya mi padre sabía, porque yo no sentí que se sorprendiera demasiado con la noticia.
Esa noche yo recuerdo en la casa un ambiente de mucha sospecha, de hablar entrecortado, cuchichear, de hurgar en ciertos rincones y sacar ciertas cosas para cambiarlas de lugar, y de cómo mis padres nos decían, “niños, duérmanse”, aparentando normalidad con los que éramos más chicos”.
En ese ambiente de clandestinidad que se generó esa noche en el hogar, Laura recordó que, en los meses anteriores, se había percatado de algunas visitas nocturnas de muchachos que se quedaban sólo unas horas. En una de las ocasiones, ella y dos de sus hermanos, curiosos por las extrañas visitas, se salieron de sus camas para espiar.
“Sospechábamos cosas raras, y fuimos a asomarnos. Mi papá era mecánico, entonces estaban en el taller en la noche, con unas lámparas, clavando unos zapatos, que ahora sé que eran zapatos de campaña, porque uno de los muchachos traía unos zapatos con alambres. Ese tipo de situaciones me hizo vivir una infancia de secretos, de cosas importantes que pasaban y que no debíamos contar”.
Los hijos más pequeños de Edmundo Gaytán y Laura Saldívar, ignoraban qué significaban todas estas situaciones aparentemente simples, pero que se llevaban a cabo de manera oculta; sabían que los hermanos mayores de alguna forma también participaban de ese tipo de actividades, llevando recados, guardando cosas, o acompañando a ciertos lugares a algunos de aquellos muchachos extraños que pasaban por la casa.
La fatalidad de aquel 23 de septiembre de 1965 estuvo marcada por el sonido de los disparos. Foto: Especial Sin embargo, esa noche del 23 de septiembre, después de que ella escuchara que algo grave había ocurrido en ciudad Madera, el ambiente de agitación fue más evidente, los niños Gaytán no pudieron conciliar el sueño cuando se les envió a la cama, percibían la tensión, movimientos raros, voces. Se percataron que sus tíos y otros señores estaban reunidos con su padre, en un rincón de la casa, a oscuras.
El matrimonio Gaytán Saldívar, ante esta situación en que no pudieron mantener a los niños ajenos a las circunstancias especiales que enfrentaban, decidieron hablar con ellos y explicarles.
“Mi padre era muy práctico y concreto. Nos dijo, “Hijos, sucedió esto… –yo recuerdo más o menos estas palabras– En el mundo siempre ha habido ricos y pobres, porque los ricos se han hecho ricos a costa del trabajo y la explotación de los pobres, eso significa que trabajan mucho y les pagan poco; pero siempre ha habido personas que se han interesado en cambiar esas cosas. Los muchachos de Madera, sus primos, eran de esas personas y los mataron, porque el gobierno siempre protege a los ricos”. Y nos puso ejemplos, recuerdo algo así como que, si un campesino se robaba una gallina, iba a dar a la cárcel, pero que Sabino Almanza que era el cacique del pueblo, que talaba bosques, que tenía una ferretería y un comercio donde vendía carísimo, que también robaba, él no iba a la cárcel, y además era amigo del cura, del gobernador, del candidato y del presidente. Más o menos así es como fui enterada por la familia de la historia de la lucha de clases y la situación de los de Madera. No se hizo culto a los parientes, pero siempre en la familia se guardó un gran respeto hacia ellos”.
Tras los acontecimientos de Madera, llegó al pueblo de Zaragoza un destacamento del ejército, y durante años hubo un centinela en la esquina de la casa de Laura vigilando cualquier movimiento, pero la familia nunca dio motivo para que fueran cateados. Sin embargo, el estigma de ser familiares de algunos de los guerrilleros que habían intentado tomar por asalto el cuartel, ocasionó que se les mirara con recelo, incluso a los más pequeños.
“En la escuela, los chicos nos insultaban, nos apedreaban, sobre todo los hijos de los Almanza que, supongo, influidos por los comentarios que escuchaban en casa de sus padres, nos ofendían, a mis hermanitos, a mis primos, a los Flores y los Peña, porque decían, éramos belicosos”.
Dos meses después del asalto al cuartel, José Luis Gaytán, uno de los hermanos mayores de Laura, falleció trágicamente al ser atropellado a la edad de 16 años. Con el inmenso dolor de la pérdida, la familia Gaytán llegó a la iglesia con el féretro para que recibiera los servicios funerarios, pero el sacerdote se negó a ofrecer la misa por tratarse de un familiar de los guerrilleros de Madera.
“Yo recuerdo a mi madre, el dolor tan grande que le ocasionó que no le dieran la bendición a su hijo. Mi papá discutió con el sacerdote en la puerta de la iglesia. A partir de allí nos vino el ateísmo. Mi padre de hecho siempre fue ateo, pero a nosotros no nos lo inculcó, simplemente nos explicaba que la religión era un instrumento de poder. “¿Se dan cuenta que esos señores son amigos del cura? –nos decía- Ah, pues la iglesia siempre está del lado de los poderosos, de los explotadores, de los que hacen injusticias, y por lo tanto la iglesia no es buena, ¿no?” Mi madre, antes sí iba a misa, pero después de esto, también se alejó de la iglesia, estuvo muy ofendida por mucho tiempo”.
La esperanza y el miedo se entrelazaban en cada movimiento. Foto: Especial Tras estas experiencias, y después de la masacre estudiantil del 2 de octubre del 68, varios de los hijos de Edmundo Gaytán Méndez y Laura Elena Saldívar Ochoa (Óscar Javier, Armando Otto y Laura Elena) se integraron a la organización guerrillera Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Laura comenzó a colaborar en la organización clandestina la edad de 15 años, siguiendo los pasos de sus hermanos Armando y Javier.
“Lo que viví de niña con Madera, se vino a cristalizar en la adolescencia, y me enrolé en el MAR, por la influencia, el prestigio y la admiración a mis hermanos, y por la lealtad a la historia familiar.”
En 1979 Laura Y Armando fueron detenidos sin ningún proceso, permaneciendo un tiempo en calidad de desaparecidos. Óscar Javier había sido aprehendido en 1974 y aún se encuentra desaparecido, fue visto con vida por última vez entre 1974 y 1975, en una cárcel clandestina del Campo Militar No. 1 en la CdMx.
Laura y Armando son dos de los 143 desaparecidos políticos recuperados con vida gracias a Las Doñas y la lucha social que les apoyo. Desde 1979, Laura es sobreviviente de desaparición forzada, integrante activa en el Comité Eureka fundado por Rosario Ibarra de Piedra y familiares de luchadores sociales víctimas de la represión del Estado; continua exigiendo la Verdad, la Justicia y la Memoria digna para todas sus compañeras y compañeros desaparecidos, para aquellos que fueron torturados y asesinados extrajudicialmente en el periodo de exterminio a los opositores de los regímenes neoliberales, durante la página negra de la historia conocida como “La Guerra Sucia”.
Por otro lado, Luz María Gaytán Nayares vivió más de cerca el acontecimiento, a ella sí le llegó el olor de la pólvora, pues su padre Salvador, así como sus tíos Salomón y Juan Antonio Gaytán, todos hijos de Rosendo Gaytán, el tío viejo y sabio de Laura, formaban parte del grupo guerrillero que asaltó el cuartel, al igual que sus primos Guadalupe y Antonio Scobell Gaytán.
La madrugada del 23 de septiembre de 1965, Luz María, niña de once años, se encontraba en su cama, durmiendo al lado de sus hermanitos y su madre Monserrat Nayares, en la casa donde vivían en ciudad Madera, a poca distancia del cuartel. El estruendo de los balazos los despertó abruptamente y Luz María debió sobreponerse al susto porque por ser la hija mayor, su madre de inmediato le dio instrucciones para que le ayudara con sus hermanitos, pues ella algo sabía ya de aquel tiroteo y decidió salir de la casa ante el temor de ser buscados por los soldados.
Cargando a uno de sus hermanos pequeños, Luz María salió tras de su madre cuando apenas amanecía, los balazos aún se escuchaban mientras caminaban entre las calles del pueblo buscando refugio con sus familiares. A través de la radio escucharon las primeras noticias del suceso, y la niña sufrió el dolor más grande cuando informaron que entre los muertos estaba su padre. Minutos después el locutor corrigió, aclarándose que no era su padre Salvador el identificado entre los caídos, sino su tío Salomón, de quien la familia reclamó el cuerpo en las siguientes horas preparándole el velorio. Luz María no podía dejar de pensar en su padre, pues escuchaba que eran varios los guerrilleros muertos que no habían sido todavía identificados. Cuando supo que los cuerpos habían sido llevados al panteón para sepultarlos, le pidió a una de sus primas que la acompañara a verlos.
El coraje de los hombres que lucharon ese día fue una muestra de valentía. Foto: Especial Las dos niñas corrieron al camposanto y se metieron entre las personas que, como ellas, habían acudido para intentar reconocer a los guerrilleros, y también para no dejarlos solos durante el entierro. Luz María se coló hasta el frente mirando con atención los rostros sin vida de los seis jóvenes.
“Los soldados los picaban con las bayonetas en todo el cuerpo, hasta en su cara. Yo, al ver esto, sentía muy feo, pero cuando vi a mi maestro Arturo Gámiz, sentí cómo mi corazón de niña se estremecía y no podía dejar de llorar, recordé lo que hizo por los niños del pueblo, que era muy alegre. Reconocí a mi primo Toño e inmediatamente le dije a mi prima: “¡Ahí está tu hermano Toño!” Ella dijo, “no es”, pero yo le insistí. ‘Sí, sí es, vamos a avisarle a mi tía’. Ella me dijo que no, porque iba a sufrir mucho mi tía Albertina al saber que su hijo estaba muerto; le insistí que teníamos que decirle, ella comprendió y nos fuimos corriendo lo más rápido que pudimos”.
Las niñas llevaron la noticia a la familia quienes estaban velando el cuerpo de Salomón. De inmediato se trasladaron al panteón, pero llegaron demasiado tarde, ya habían sido sepultados en la fosa común. Luz María recuerda el inmenso dolor de su tía Albertina que lloraba sobre la tumba donde yacía el cuerpo de uno de sus hijos, junto al de sus compañeros.
Un detalle similar al que vivieron Laura y su familia en Zaragoza, tuvo lugar en ese momento en el panteón de Madera. Un sacerdote había acudido a oficiar misa a los soldados caídos en el enfrentamiento, los pobladores que acompañaban a los guerrilleros esperaron a que concluyera el servicio.
“Una señora se le acercó después de que terminó y le dijo: “Padre, ¿puede oficiar una misa para los jóvenes guerrilleros?”, y el padre le contestó que no, porque eran unos ateos y herejes, entre otras palabras que un sacerdote no debería decir”.
Durante varias semanas Luz María vivió con la angustia de no saber nada de su padre, si seguía vivo, si estaba herido, si lo habían detenido los soldados. Tampoco se sabía nada de su tío Juan Antonio ni de su primo Guadalupe, pero por el acoso constante de las autoridades a la familia, dedujeron que habían escapado. Luz María se daba cuenta que era especialmente a su madre a quien presionaban los soldados, tal vez porque Salvador había sido autoridad del pueblo de Dolores y el gobierno consideraba mayor la afrenta.
La tragedia del asalto dejó una huella profunda en sus memorias, un testimonio de la lucha por la justicia. Foto: Especial “Los soldados constantemente cateaban la casa a cualquier hora, sacaban las cosas al patio buscando armas o algún indicio del paradero de mi papá, todo revisaban, hasta las cenizas del fogón. Se llevaban detenida a mi mamá y nosotros nos íbamos con ella; recuerdo que a ella la metían en la barraca, mientras nosotros nos quedábamos afuera, sentados por horas en una banca. No supe qué hacían adentro con mi mamá, si sólo le hacían preguntas o la golpeaban. No quiero pensarlo ni imaginarlo, ella nunca nos dijo.”
La presión sobre ellos llegó a tal grado que se prohibió a los pobladores que ofrecieran cualquier tipo de ayuda a la familia de Salvador Gaytán. Monserrat enviaba a Luz María para que llevara a sus hermanitos a recibir los desayunos del DIF, pero una mañana la trabajadora social le informó que ya no podría ofrecerles el desayuno, que era orden del gobernador.
La niña de once años tuvo que crecer de golpe, ayudar a su madre a conseguir el sustento, moverse en el pueblo con disimulo para pedir apoyo a sus familiares y poder subsistir, mientras recibían noticias de su padre. Salvador consiguió bajar al pueblo, disfrazado de un anciano que surtía leña, y pudo hablar brevemente con su esposa Monserrat para informarle que una vez que hubiera ubicado a los demás sobrevivientes del asalto, se trasladaría a la ciudad de México y le enviaría indicaciones para que lo alcanzaran.
Tras varias semanas finalmente el contacto llegó para darles las indicaciones, para entonces ellas ya habían vendido sus pocas pertenencias para poder pagar el pasaje. Sin decirle a nadie, pues tenían prohibido salir del pueblo, empacaron algo de ropa, y una madrugada, arropados por la oscuridad, salieron de su casa y se dirigieron a la estación, abordando el tren rumbo a Casas Grandes, con la idea de que luego no pudieran seguirles el rastro. La niña y la madre temerosas de ser descubiertas, mantenían a los hermanitos pequeños pegados a ellas, calladitos, y no respiraron plenamente hasta que el tren tomo rumbo. De Casas Grandes siguieron a la ciudad de Chihuahua, donde se contactaron con unos familiares que las recibieron una noche y las ayudaron para que siguieran su viaje hasta la ciudad de México, a donde ellas se dirigían esperanzadas en recuperar la tranquilidad en sus vidas.
Sin embargo, la persecución no paró ahí, la niña debió vivir con su madre y sus hermanos en un constante peregrinar durante muchos años, haciéndose cargo de conseguir el sustento, sin oportunidad para continuar sus estudios, con la ausencia constante del padre que vivía a salto de mata. En su adolescencia, Luz María también comenzó a colaborar con los grupos clandestinos, lo que le permitió regresar a la sierra de Chihuahua y visitar a los Gaytán de Zaragoza, a sus tíos Edmundo y Laura, compartir con sus primos, quienes la recibían con cariño familiar, regalándole momentos que atesoró, pues su vida en la ciudad de México era muy complicada, siempre rozando el límite de la tragedia.
“Recuerdo que llegué con ellos y me recibieron con mucho gusto. Pasé días muy felices porque me hicieron sentir amada, como si fuera su hija. Agradezco a mis tíos, que ya no están, y a mis primos, por todo el cariño que me brindaron. Abrazos a la familia Gaytán Saldívar.”A pesar de la constante persecución y las dificultades, Luz María encontró en la colaboración con grupos clandestinos y las visitas a sus familiares en la sierra de Chihuahua, momentos de cariño y refugio. Foto: Especial Luz María se convirtió en madre siendo una adolescente, así que se dedicó a sacar adelante a sus hijos durante muchos años. Ya como mujer madura, regresó a la actividad social al lado de Salvador su padre, y luego de que él muriera, ha trabajado por rescatar sus memorias, y ha levantado la voz para denunciar la tortura y el abuso que recibió su madre después del asalto al cuartel.
“Espero se reconozca a Monserrat Nayares Valdés por su participación en la lucha, así como la de cientos de mujeres que sostuvieron a este país pagando el precio del dolor, por las torturas recibidas cuando lamentablemente fueron detenidas, y que soportaron como valientes sin traicionar sus ideales. Tristemente las hemos dejado en el olvido y quiero se reconozca lo que aportó cada una de ellas para que el movimiento continuara”.
La Fragua de los tiempos. Nueva Época. 23 de septiembre del 2021.