El gobierno saliente de López Obrador que al principio presumió de “responsable”, “austero” y de “no adquirir deuda”, hoy sigue derrochando mucho dinero de forma inútil, en obras que –dictan las evidencias– no son redituables ni sostenibles a largo plazo. No podrán sobrevivir sin subsidios, es decir, sin que el fisco les dé recursos para apenas funcionar.
Bajo esta estrategia, al cierre del sexenio la hacienda pública se está endeudando cada vez más y heredará una “pesada cruz” a la próxima presidenta de México que tendrá que lidiar con una bomba de tiempo.
Como le digo, según diversos estudios la “austeridad republicana” del presidente Andrés Manuel López Obrador sólo es aparente, con recortes en sueldos y salarios de funcionarios o en la contratación de servicios e insumos.
Por cierto, muchos de esos “ahorros” en realidad han incidido negativamente, por ejemplo, en la ciberseguridad, el mantenimiento de carreteras, los servicios públicos y en la operación de los órganos constitucionales autónomos, como documentó el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco).
En el balance global, no hay ahorro si recortas centavos en ciertos rubros, pero derrochas mucho más que lo “ahorrado” en otros como el gasto corriente en ayudas sociales y en los sobrecostos de obras faraónicas, llámense Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), Tren Maya, Corredor Interoceánico del istmo de Tehuantepec o la Refinería Olmeca en Dos Bocas, entre otras ocurrencias.
La peor parte es que hoy, ese derroche de recursos está en franca aceleración de cara a las elecciones del 2 de junio, aunque la secretaría de Hacienda de Rogelio Ramírez de la O asegure que la intención es dejar los menos pendientes a la siguiente administración federal.
En su Informe sobre la Situación Económica, las Finanzas Públicas y la Deuda Pública al primer trimestre, la dependencia indica que “el gasto en infraestructura aumentó un 23.3 por ciento real anual”. El gobierno desembolsó 224,980 millones de pesos en el período.
Baja calidad, el sello de la casa
Como usted sabe, destinar recursos a la creación de infraestructura es relevante porque impulsa la economía a través de obras que generan puestos de trabajo y nuevas inversiones, pero sólo si impactan positivamente, por ejemplo, en tiempos de traslado de personas y mercancías o en el abasto de agua o la generación de energía.
Eso no ocurre con obras de baja calidad, mal planificadas, como el Tren Maya con sus atrasos en tiempos de salidas y llegadas y, peor aún, su temprano descarrilamiento, o la Refinería Olmeca, convertida en madriguera de corruptos y desagüe de recursos públicos.
Por ejemplo: su presupuesto original era de 8,900 millones de dólares, pero –según el propio Petróleos Mexicanos (Pemex)– alcanzó los 18,900 millones; sí, más del doble, y a casi dos años de que fue inaugurada sigue sin refinar un solo litro de combustible.
Todo esto conlleva altísimos costos, multimillonarios.
Tan solo este año, la deuda neta del sector público subirá a 15.4 billones de pesos, mientras que el servicio de la deuda absorberá el 14 por ciento del presupuesto, un dineral de exactamente 1.2 billones de pesos y un punto porcentual más que en 2023.
Y así es como la deuda por mexicano se incrementará de nuevo este año con López Obrador, a 126,818 pesos o el 6.8 por ciento más con relación a los 118,780 pesos del ejercicio anterior, de acuerdo con el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP).
Resulta evidente pues que la “austeridad republicana” no apunta al “bienestar” de la población, sino a cumplir los caprichos del presidente y a atraer votos para asegurar la continuidad de su proyecto.
Seguramente tendrá los resultados esperados en las urnas el 2 de junio, pero la “cruz” para México y sus habitantes se seguirá haciendo más pesada en deuda e inflación conforme pase el tiempo.
Es cierto que Rogelio Ramírez de la O podría ser ratificado en el cargo como secretario de Hacienda, y que le tocaría recortar drásticamente el gasto que ahora él mismo ha expandido. Necesitará más que suerte para lograrlo, pero lo más preocupante, es que aun si lo consigue, el “frenón” económico que se sentirá quizá traiga consecuencias que no le gustarán a la población – como aumento en el desempleo que hoy está en mínimos-, y la presión política para acelerar el gasto de nueva cuenta, aumentará.
El futuro macroeconómico de México como puede verse va por un camino muy angosto en el que no hay margen de maniobra para el error, y cualquier paso en falso podría traer consigo una crisis que se debió evitar. Ciudadanos prevenidos, valen por dos.