Hace pocos días revisando un reporte de un banco de inversión encontramos un párrafo que podría traducirse de la siguiente manera: “debemos enfatizar que distribución de riesgo no es lo mismo que mezcla de activos”. En las primeras de cambio la afirmación parece una especie de acertijo, pero luego leerla una segunda vez reconocemos en ella un hecho no siempre enfatizado.
Es verdad que cuando se diseña un portafolio de inversión y se definen las proporciones en que se van a repartir los fondos invertibles entre los distintitos tipos de títulos financieros, implícitamente en la mayoría de los casos (dependiendo del tipo de papeles escogidos), estamos generando un “ente compuesto” que seguramente es menos riesgoso que algunos de sus componentes individuales. Muchas veces los inversionistas, en particular los que tienen poca experiencia invirtiendo en portafolios de papeles de oferta pública, sienten que las consideraciones de riesgo terminan con la escogencia de la mezcla de activos, olvidando que cada segmento del portafolio es un mismo en sí mismo, compuestos por una serie de instrumentos que están más o menos correlacionados entre sí.
Cuando un banco de inversión, por ejemplo, recomienda colocar el 40% de la inversión en acciones de empresas estadounidenses, y este número a su vez lo divide en 20% en grandes empresas, 10% en medianas y el restante 10% en empresas de baja capitalización bursátil, lo que pretende es que su cliente tenga exposición en todos los grupos de actividad que pudieran liderar la siguiente fase del ciclo económico. Alguno de los tres grupos mencionados podría tener mejor desempeño que los otros, contribuyendo así al desempeño global del portafolio.
Lo que no debemos olvidar es que en términos de riesgo los tres sectores antes mencionados estarán altamente correlacionados, pues al fin y al cabo funcionan dentro de la misma economía, y es posible que cualquiera de las combinaciones entre empresas pequeñas, medianas y grandes que totalicen un 40% del total del portafolio haga una contribución muy similar a la volatilidad total del portafolio que las otras que no fueron escogidas.
Por lo tanto para lograr una reducción total del riesgo del portafolio, en lugar de pensar en la redistribución accionaria dentro de un mismo país, es necesario incorporar títulos financieros de otras realidades geográficas.
Esta afirmación no es novedosa, de hecho el académico francés Bruno Solnik ha trabajado extensamente en ella desde la década de los setenta del siglo pasado.
Sin embargo, en la medida en que el mundo es más globalizado más difícil es conseguir títulos no relacionados. No es de extrañar entonces que frente a la inminencia de un tope en el mercado accionario de EE.UU., los bancos de inversión recomienden a sus clientes comprar, para entre otras cosas disminuir el riesgo global del portafolio, acciones de compañías en mercados emergentes, o títulos de empresas de baja capitalización de países desarrollados distintos a EE.UU.
¿Por qué no acciones de grandes multinacionales de países desarrollados distintos a EE.UU? simplemente porque su nivel de correlación con las empresas estadounidenses es alto. Salvo el caso de inversionistas institucionales con gran músculo financiero que puede diseñar portafolios a su medida, el resto comprará los títulos mencionados en el párrafo anterior vía fondos mutuales e ETFS consagrados a estos temas, que son versiones Prêt-à-porter inspiradas en lo que se hace para los grandes portafolios.
El problema es que en la medida en que las versiones Prêt-à-porter se popularizan, comienza a elevarse el grado de correlación con las acciones de EE.UU, tal como es el caso entre las empresas multinacionales. En todo caso, mientras se mantenga este efecto atenuador del riesgo: úselo. Tarde o temprano correrá el mismo destino de las modas.