El calendario estaba claro: para llegar a un acuerdo del Brexit, las dos partes debían llegar a un acuerdo para el Consejo Europeo de este jueves. Los Veintisiete darían su visto bueno y el Parlamento Europeo empezaría el largo trámite, de al menos cuatro semanas, para llevarlo al pleno antes de Navidad. Pero la fecha clave ha pasado, y ya no hay visos de llegar a tiempo antes del 1 de enero, cuando Reino Unido deje de cumplir las leyes europeas con todas sus consecuencias. Reino Unido se enfrenta a unas semanas de vértigo en el próximo año.
La confirmación de que el plazo no se cumpliría llegó mezclado con el tema del año, el único que ha logrado reemplazar a la crisis política británica como tema de debate constante en el país: el Covid-19. El negociador europeo, Michel Barnier, anunció que debían suspender las negociaciones al máximo nivel porque uno de los miembros de su equipo había dado positivo, por lo que debía ponerse en cuarentena.
Con este imprevisto, ya es imposible evitar la ‘caída por el barranco’ el 1 de enero. Johnson rechazó la posibilidad de ampliar el plazo de transición cuando tuvo la oportunidad el pasado mes de junio, y para pedir una prórroga a estas alturas haría falta negociar un tratado internacional, que tendría que ser ratificado por cada uno de los parlamentos estatales de los Veintisiete antes del 1 de enero, lo que nadie contempla a estas alturas.
Semanas en el limbo
Los daños que esta salida sin acuerdo pueda acabar haciendo al país y a la UE dependerán, en gran medida de los avances que haya sobre la mesa. Si el acuerdo se cierra a finales de año, y el único problema restante es la ratificación, ambas partes podrían hacer la ‘vista gorda’ durante las semanas de ínterin, aplicando cláusulas de la OMC que permiten a dos países darse mejores condiciones que las establecidas por las reglas básicas de comercio internacional si hay un acuerdo a punto de entrar en vigor.
La gran pregunta es qué pasará si las dos partes siguen enrocadas en sus exigencias: Bruselas insiste en que el Reino Unido siga las leyes europeas sobre ayudas estatales y competencia justa, mientras Londres pide “soberanía” y la posibilidad de nutrir una industria tecnológica propia con dinero público. Si llega enero o febrero y nadie se ha movido, es muy probable que las empresas empiecen a asumir que el caos comercial será algo a medio plazo, no un breve bache temporal.
Tras haber purgado a los principales defensores del Brexit de Downing Street, Boris Johnson se encuentra en una posición delicada políticamente: ya no tendrá presión interna si quiere ceder ante la UE, pero se arriesga a que los ‘brexiters’ que le elevaron a primer ministro le tachen ahora de traidor. Eso, si sus propias convicciones euroescépticas no le impiden dar el paso, por mucho que ya no tenga a radicales presionando en su entorno más directo.
Pero el mayor problema de Johnson es que se le están juntando demasiados problemas simultáneos. Con los casos de Covid-19 batiendo récords de la segunda ola, confinamientos por todo el país, una rebelión política en Escocia, derrotas en la Cámara de los Lores y la oposición al frente en las encuestas, el premier no puede permitirse sumar una catástrofe más a la lista. En las últimas semanas han empezado a crecer los rumores de que el partido Tory podría plantearse dar a Johnson por amortizado una vez pase el Brexit, y situar al ministro de Finanzas, Rishi Sunak, al frente. Solo son rumores, pero si hay algo que los ‘tories’ saben hacer como nadie es deshacerse de sus líderes cuando les llega la fecha de caducidad.