Aunque suenan a términos contradictorios, el mundo podría estarse dirigiendo hacia una "depresión inflacionaria global". Lo común es que la recesión venga acompañada de deflación (caída de precios), pero esta vez podría ser distinto.
Ésa es la probable realidad de lo que algunos, simple y erróneamente, califican de “aterrizaje suave”.
Con este análisis coinciden voces como la de Bruce Wilds, autor del libro Advancing time, quien señala en un artículo reciente en su blog que desde hace dos años y medio se planteó la posibilidad de que estuviéramos al borde de la primera "depresión inflacionaria global". Y es que si bien hubo predicciones de inflación, muchos subestimaron la magnitud del estímulo que los gobiernos inyectarían a la economía.
Esto, lejos de evitar una crisis, sólo parece haber postergado el colapso económico. Así que la pregunta que debemos hacernos es si los estímulos de gasto público y deuda gubernamental sostendrán a la economía a largo plazo, o simplemente están posponiendo una crisis más profunda. Veamos por qué el segundo caso es lo más probable.
Mientras nos adentramos en esa "depresión inflacionaria global”, la demanda gubernamental se convierte en la principal fuente de estímulo, en tanto que la demanda de los trabajadores y el crecimiento del sector privado se debilitan.
Por ejemplo, dicha inyección masiva de estímulos de gasto y deuda con la llegada de la pandemia, generó un aumento temporal del Producto Interno Bruto (PIB), pero estos gastos públicos generan beneficios que no son sostenibles a largo plazo, porque sólo es gasto: simplemente se armó una frágil base para el crecimiento futuro.
De lo regional a lo global
A diferencia de épocas pasadas (en que los eventos económicos tendían a ser regionales, no globales), hoy, los países se encuentran tan interconectados que los problemas económicos pueden propagarse y amplificarse con mayor rapidez.
El flujo constante de dinero por parte de bancos centrales y gobiernos ha dado lugar a lo que se conoce como "demanda contenida", y ha alimentado las constantes expectativas de un sólido crecimiento del PIB. Sin embargo, esta inyección de efectivo y gasto público no se ha traducido en un aumento de la utilización de la capacidad productiva ni en una mayor productividad.
China, que había sido un faro de recuperación económica después del colapso causado por el covid-19, de nuevo muestra signos de grave debilidad. Este patrón de necesitar cada vez más estímulo para lograr resultados similares podría ser una señal de que los métodos tradicionales de intervención ya no son tan efectivos como solían serlo.
Tan simple como que el endeudamiento tarde o temprano pierde efectividad, pues el problema, en primer lugar, fue un exceso de gasto, consumo y deuda, y no se puede curar un mal con más de lo mismo que lo provocó.
En panorama tal, una creciente preocupación es la degradación del dinero fiduciario (de papel, sin respaldo más allá de la deuda) emitido por naciones y bancos centrales, pues en la medida en que los inversores buscan refugio en activos que históricamente se han desempeñado bien durante períodos inflacionarios, como el oro, podría desencadenarse un ciclo de retroalimentación en el que aumente la demanda de estos activos, lo que impulsaría a la inflación.
Dicha dinámica se ve agravada por las alzas a las tasas de interés, que ejercen presión sobre sectores clave de la economía, desde la construcción hasta el gasto en bienes de consumo.
A la par, hay dos factores que –aunque a menudo pasan inadvertidos– también pueden contribuir a la creciente perspectiva de una depresión inflacionaria:
Primero: la creciente adopción de leyes que aumentan los salarios mínimos, lo que puede tener un impacto inflacionario en la economía.
Segundo: el papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial.
La fiabilidad en el billete verde se ha consolidado aún más debido a su papel en los préstamos internacionales y las transacciones comerciales. Pero esto conlleva riesgos, pues cualquier erosión a esa confianza podría desencadenar una serie de eventos que afecten profundamente a la economía global.
“Hemos sido arrastrados a la complacencia y hemos otorgado a los bancos centrales demasiado crédito a su capacidad para controlar la economía y detener las crisis financieras. Puede ser que la primera depresión inflacionaria global no comience hoy ni mañana, pero está llegando –asevera Wilds–, y cuando ocurra, la mayoría de la gente no la habrá visto venir”.