Solo meses atrás en el peor punto de la crisis, USA llegó a perder cerca de 25 millones de puestos de trabajo, mientras que actualmente dicho número sólo asciende a 8 millones, aspecto que preocupa pero que claramente se aleja del caos inicial. Claramente, la economía de USA recuperó ya 17 millones de puestos perdidos lo cual y a pesar de todos los problemas que todavía le esperan a la economía mundial muestra alguna luz de esperanza para un 2021 que bien puede ser un año de rebote generalizado, sujeto obviamente a todos los riesgos y sorpresas a las que el COVID nos ha acostumbrado desde enero de este año. El contraste local se nota para un mundo que de alguna forma intenta dar señales de mejora y una Argentina a la que se la observa estancada preocupantemente en su propia retórica, en sus propias inconsistencias y en debates que venimos dando desde hace décadas convirtiéndonos en un trompo de ideas sin convergencia alguna.
Claramente el mundo entero está padeciendo los multidimensionales costos de esta pandemia que por momentos nos parece interminable. Habiendo dicho esto sin embargo, esta crisis del COVID más que ninguna otra que me haya tocado analizar, castiga con diferencias relativas que por momentos son enormes. El mercado de acciones de USA por ejemplo viene haciendo una muy significativa diferencia en performance entre aquellos sectores menos castigados por la pandemia, como lo es tecnología, versus aquellos otros severamente rotos tales como aerolíneas, bancos, energía, etc. De esta forma, la heterogeneidad es la característica distintiva de esta crisis global. Y dentro de esta notable diferencia relativa, los países emergentes en general vienen soportando un año muy cruel a la espera de un rebote de la economía china que parecía estar dándose ya, ocasionando el tan esperado rally de commodities. De hecho, la soja, el maíz, el trigo, vienen mostrando desde hace unas semanas un repunte parabólico que podría estar señalizando lo que debería ser una constante para el 2021: China, junto a Estados Unidos, liderando el rebote económico.
Y lamentablemente, en este mapa de suma heterogeneidad global, Argentina parecería ser uno de los países más castigados a nivel macroeconómico y los mercados vienen tomando nota especialmente desde que la Argentina finiquitó lo que se esperaba fuese un cierre “exitoso” de su reestructuración. Sin embargo, y a pesar de la expectativa que generó dicho evento, tanto los bonos soberanos argentinos como los ADRs han tenido colapsos muy superiores al promedio de emergentes. De esta forma, mientras que el Congo rinde 12%, Argentina lo hace 400 puntos por encima de la república africana convirtiéndonos en el peor riesgo emergente del planeta. En un mundo donde todo rinde 0%, que el Congo africano rinda 12% y que Argentina lo haga al 16% indica claramente un mercado internacional que ha decidido castigar a los pecios de los activos argentinos muy por encima de los efectos directos de la pandemia.
Desde la PASO del 2019, Argentina se ha convertido en un foco casi cotidiano de incertidumbre en varios frentes: político, económico, social, ahora también virósico, y esta multiplicidad de factores claramente generan un castigo adicional sobre los activos argentinos. Y en este entorno resulta muy útil preguntarse si la solución del problema yace en lo económico o si por el contrario, Argentina deberá darle al mundo una respuesta que yace un nivel más arriba: político. Estoy convencido que dado el magnánimo daño que el COVID y la cuarentena le ha impartido a la economía argentina resulta indispensable un acuerdo de todo el arco político que intente delinear hacia adentro y señalizar hacia afuera un mapa de reconstrucción de al menos 15 años.
Esto es probablemente lo que Wall Street está reclamando y hasta tanto dicho evento no ocurra, es muy probable que el castigo hacia activos argentinos permanezca, porque Wall Street funciona así. Te envía la señal vía precios, esperando reacción, si dicha reacción no ocurre, sigue castigando y dicho hachazo obviamente no es gratis dado que ejerce monumental presión sobre toda la economía argentina siendo el tipo de cambio como es de esperar, el síntoma más doloroso y perceptivo para los argentinos. Le guste o no le gusta a la Argentina como país, el mundo nos está exigiendo girar hacia el centro. Si dicho giro no ocurre, el castigo probablemente, será interminable.