La gran mayoría de países latinoamericanos, ha sufrido graves crisis económicas a lo largo de su historia. Una de las más representativas, por sus alcances, es la que atravesó el Perú desde finales de la década de los ’80 del siglo pasado.
Ésta, es una lección más que nos enseña que, no importa si se trata de economistas doctorados en las universidades más importantes de Estados Unidos, o de bienintencionados políticos locales, una vez en el poder todos corren por igual un elevado riesgo de ceder ante las tentaciones, siempre presentes, de encontrar atajos hacia la riqueza y la prosperidad de sus naciones. Parece que ese poder, la fama y el ansia de trascender como una especie de “héroe”, siempre es más fuerte que el sentido común, que nos dice, que para lograr un desarrollo económico sostenido y auténtico, no hay otra receta que el trabajo arduo, la disciplina, el ahorro que se transforma en capital, la innovación y la constancia.
La razón central por la cual esa fórmula es tan rechazada, pese a su sencillez, es que requiere “demasiado” tiempo. En casi todos los casos, mucho más que lo que cualquier gobernante democrático dura en el cargo; un lujo que no se pueden permitir.
Perú no fue la excepción a la regla, y por tanto, padeció hace más de 20 años las consecuencias de vivir más allá de sus propios medios, y de financiar su gasto imprimiendo moneda fiduciaria. Otra antigua ecuación que en vez de conducir a la riqueza, lleva a la miseria, para cual, no hay buena oratoria que valga.
En este sentido, el primer período presidencial de Alan García (1985-1990), fue el responsable de sentar las bases de uno de los episodios de hiperinflación más conocidos. Y es que al inicio, la popularidad del presidente, como suele ocurrir, fue en ascenso. Los años de 1985 y 1986 fueron de un elevado crecimiento (12.1 y 7.7%), cuyo “éxito” se basó en el “mercado interno”. Lo malo, es que en realidad esta ilusión fue posible, como se dijo arriba, gracias a la expansión monetaria y al amplio déficit fiscal.
Para muestra basta saber que, según el Banco Central de Reserva del Perú, la cantidad de billetes y monedas en los tres primeros años de García, aumentó casi 32 veces. Luego una contracción muy pronunciada del circulante en 1989, al año siguiente volvió a multiplicarse casi por 52.
Al inicio de su administración, García lanzó un plan de estabilidad que consistió entre otras medidas, en mantener un control de precios, tarifas públicas, salarios, y un tipo de cambio fijo, que desde luego, no pudo mantener mucho tiempo. En realidad, incurría así en el mismo error que tantas veces han cometido políticos de todas latitudes: manipular la economía y el mercado libre.
Mientras esto ocurría, el déficit de la Cuenta Corriente se disparaba, de 0.5% en 1985, hasta su tope insostenible de 8% del Producto Interno Bruto (PIB) en 1988.
En un principio, la inflación se pudo moderar, pero por muy poco tiempo. Las reservas internacionales, por supuesto, comenzaron a agotarse junto con las esperanzas de evitar, de nuevo, un colapso económico.
Si en 1986 y ´87, la inflación había descendido a tasas de 78 y 86%, desde más de 160% en 1985, la emoción duró poco pues para el ’88, ya rebasaba el 667%.
No obstante, la etapa más difícil en esta tragedia se vivió en 1989 y ´90: la hiperinflación hizo su arribo con un descomunal aumento de casi 3,400 y 7,500%. La fiesta, como siempre ocurre, había concluido.
La moneda corriente de entonces, el “Inti”, que había sustituido al “Sol de oro”, estaba condenada como todas las divisas fíat, a terminar en el panteón del olvido. Un “Nuevo sol”, saldría a la luz para remplazarlo con una equivalencia de un millón a uno.
Desde luego, este lapso implicó también una caída del PIB entre 1988 y 1990, de más de 10, 13 y 6% anuales, respectivamente, que en los hechos implicó para el Perú un salto hacia atrás de muchos años.
No valió la pena la falsa prosperidad vivida al inicio del gobierno de Alan García, pues se perdió lo ganado y aún más. El caos social se hizo presente, junto con la escasez y la desesperación por conseguir los productos básicos para la subsistencia.
La etapa que siguió, para estabilizar al país, tuvo que significar el control de la base monetaria, del gasto público y un tipo de cambio de libre flotación, condiciones necesarias, aunque no suficientes, para impulsar un nuevo desarrollo.
Todo lo anterior, no nos hace más que pensar que, como muchas otras, esta crisis peruana es una pequeña guía de lo que no se debe hacer en economía, y que sin embargo, se repite una y otra vez a gran escala.
Hoy que la humanidad vive por primera ocasión un gran sistema global de dinero fíat (representado en papel moneda o dígitos en cuentas bancarias), a partir del rompimiento con el patrón oro en 1971, esto es más peligroso que nunca, pues el riesgo ya no es solo de un país, sino de todo el planeta.
Una mini versión de “el fin del mundo” que, sin duda, es mucho más realista que cualquier profecía maya.