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Los sesgos a corregir a la hora de invertir en mercados financieros

Publicado 07.12.2016, 09:32 a.m
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El ser humano es subjetivo por naturaleza. No todos son iguales ni fueron signados por las mismas experiencias a lo largo de toda su vida, lo que muchas veces define la manera en la que toma cada uno sus decisiones.

Por eso, necesita de ese “corset” a la hora de invertir para evitar que cometa las torpezas más simples y más peligrosas a la hora de operar los mercados financieros, sobre todo operando en aquellos mercados especulativos de renta variable que no tienen un precio objetivo predeterminado, sino que su valor surge de un cálculo constante, evaluando los riesgos propios del activo y del contexto en el que la acción de una compañía opera y su evolución respectiva.

La primera ley que se viola es que las ganancias se realizan muy temprano y las pérdidas muy tarde. Esto no necesita ninguna explicación adicional, aunque menciono el hecho de que no hay una regla general que funcione mejor que otra. En todo caso, poner un stop loss será siempre una alternativa válida.

En los mercados en los que las apreciaciones subjetivas y los juicios de valor determinan muchas veces un precio que no siempre se condice con el valor que debería tener. Se suelen ver acciones de empresas que han sido “infladas” en sus cotizaciones por mucho más tiempo de lo debido a juzgar por la estrepitosa caída posterior, o innecesarias liquidaciones de valor en momentos en los que la prioridad absoluta es la liquidez frente a los riesgos de contraparte en los mercados financieros entre los distintos agentes económicos (una crisis sistémica), valor que muchos inversores han sabido aprovechar en los momentos más propicios para realizar fuertes ganancias posteriores. Es el caso de Citigroup (NYSE:C) a menos de 10 dólares (hizo un reverse split 10 a 1), Apple (NASDAQ:AAPL) a 11 dólares equivalentes de hoy en 2008 (hizo un split de 7 a 1) o recientemente Deutsche Bank (DE:DBKGn) (DB), a poco más de 11 dólares su ADR.

Los sesgos emocionales, como su nombre lo indica, nacen de los sentimientos y las emociones y se apartan siempre de los razonamientos conscientes. Uno de ellos es la aversión a la pérdida, que es un sesgo muy común en el que el inversor sufre un mayor dolor y angustia frente a una pérdida de placer ante una ganancia del mismo monto medido en dinero.

El riesgo es que se quiera recuperar antes de lo recomendable esa -hasta ahora- pequeña pérdida de valor inicial, cuando lo deseable es dejar correr el proceso de revalorización de largo plazo, dándole una menor importancia a las ganancias o pérdidas actuales. Equivale a decir lo mismo que no hay que chequear la cuenta de inversión tan seguido, porque el riesgo de angustiarse es alto y el riesgo de tomar decisiones equivocadas es alto. Para activos riesgosos siempre hay que poner un stop loss, y de aplicarlo, no asustarse y cortar la pérdida antes.

Otro sesgo a la hora de invertir es cuando uno peca de excesivo optimismo propio. Es decir que sobrevalora las opiniones propias en base al conocimiento, acceso a la información o habilidades. De esa manera se subestima el riesgo, porque la teoría de eficiencia de los mercados nos dice que solamente la información no revelada (inside information) es la que va a movilizar a los mercados, porque el resto de la información ya está contenida en el precio.

Y por más que conozcamos el funcionamiento de un negocio o de una empresa por adentro, no sabemos cuál es la información que puede llegar a movilizar sensiblemente los precios de una compañía, a menos que se cuente con esa información. Me he cruzado a lo largo de mi vida con muchas personas que por estar trabajando en una empresa listada se creía que tenía más información que el resto, lo que nos lleva a otro sesgo que se suele tener: el de tener carteras poco diversificadas o concentrarse solamente en aquellos activos en los cuales uno se siente familiarizado o conoce.

Los beneficios de la diversificación están más que comprobados, pero además, uno debe
desapegarse del sesgo de creer que uno sabe más que el mercado, a menos que se cuente con valiosa información no revelada aún (y aún así, puede no pegar de la manera que uno podría suponer, sino miren los días posteriores al Brexit o a la elección de Donald Trump para las bolsas desarrolladas). La mayoría de los inversores tienden a comprar acciones o bonos de las empresas de su país de origen, porque creen saber lo que pasa allí, lo cual resulta equivocado a la larga y atenta contra el principio básico de diversificación.

Sabemos que no ahorrar lo suficiente para un objetivo que se encuentra demasiado cercano (como puede ser un viaje o nuestra jubilación) nos lleva a cometer un error muy común, que es el de tomar excesivo riesgo en las inversiones para tratar de compensar la falta de ahorro.

Sabemos que ese es un sesgo muy importante que debe ser corregido: si los activos están arbitrados y se trata de mercados líquidos en donde fluye la información, no se puede ir contra la ley que combina el riesgo, el horizonte de inversión y el retorno esperado. Todo forma parte de una ley que es difícil de poder quebrar: no se puede obtener un mayor retorno si no se asume más riesgo o no se cuenta con el tiempo necesario para que madure una inversión.

Otro sesgo que uno tiene es el error de operar en exceso. Son los “hogs” en la jerga, o cerdos, aquellos que tienen que estar invertidos siempre, cuando en realidad una de las alternativas en determinada coyuntura es la de estar líquidos 100%. Recuerden: no estar invertido es también una decisión de inversión.

Más que un sesgo, les transmito una recomendación: no se puede construir una cartera y no volver a revisarla y rebalancearla, porque la capacidad de asumir riesgo pudo haber cambiado en el tiempo, o las necesidades de liquidez se han visto modificadas.

Nuestra mente solo se centra en aquellos casos extremos, es decir que han ganado (o ganarán) mucho desechando todos los que han perdido; es decir: la inmensa mayoría o bien el caso opuesto, es decir solamente recordar un hecho nefasto para desechar una inversión bajo el pretexto de que podría ser otro fracaso, cuando en realidad se trató de una excepción y mucha gente se ha beneficiado (o se beneficiará) de ella.

Existe una parte del trading que tiene mucho que ver con lo psicológico, y es que muchas veces uno no toma decisiones ante el miedo a equivocarse. Ese arrepentimiento puede originarse por acciones cometidas (que dieron resultados adversos y dejaron su huella con una mayor aversión al riesgo) o bien por no haber llevado a cabo una determinada operación y estar arrepentido de eso, sobre todo cuando la posición hipotética va en el sentido que se había planeado (pero que no se ha ejecutado).

El mundo financiero se ha dado cuenta de que la teoría clásica sobre la eficiencia de los mercados y sobre la racionalidad de los inversores no sirven para explicar qué sucede en los mercados y cómo se comportan los individuos a la hora de invertir. Por eso, muchas veces las decisiones no se toman sobre la base de factores fundamentales, sino de puntos de referencia psicológicos, pero que no conducen a la mejor decisión: por ejemplo, no vender una posición porque se encuentra por debajo del precio al cual se compró la posición original, cuando en realidad, tomar una pérdida es parte del juego, más aún si las cosas tienen una elevada probabilidad de empeorar.

Ser excesivamente conservadores con las inversiones es tan inapropiado como ser demasiado agresivo en los casos en los que no corresponda. Siempre tiene que haber una correcta identificación del perfil de riesgo del inversor.

Atención con el sesgo de confirmación; es decir cuando los analistas buscan información en forma muy selectiva para respaldar sus opiniones, o poner un dato y omitir otro si es que favorece a la recomendación que da sobre esa acción. Un grave sesgo es, entonces, tratar de interpretar los hechos de manera subjetiva y que se adapten a nuestra propia visión, en lugar de ser criteriosos y objetivos: lo peor que puede pasar es perder esa objetividad y solo ver aquello que se quiere ver.

Benjamín Graham alguna vez dijo que “el peor enemigo del inversor es probablemente uno mismo”, y nada más cierto que esa cita, porque aprender a controlar nuestras emociones y los distintos sesgos es correr siempre con ventaja respecto al resto. Recuerden que ni los individuos son tan racionales, ni los mercados tan eficientes. Por eso, es importante lograr desapegarse de todos los sesgos y operar en forma más avezada y profesional.

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