El gobierno de Mauricio Macri tropezó varias veces con la misma piedra: la mala praxis política arruinó decisiones potencialmente correctas. Esa persistencia en el error es peligrosa: genera costos políticos y económicos innecesarios, provoca retrocesos en la gestión, transmite una sensación de ingobernabilidad y deslegitima el camino de salida de la crisis que dejó el populismo.
Un médico no solo debe acertar en el diagnóstico, sino instrumentar bien la terapia. Una cirugía puede fallar si se corta una víscera equivocada. Algo de esto le está pasando a Macri.
El Presidente suele subestimar la “política” y hasta la desprecia. La asocia con la mala o vieja política: arriar militantes a los actos, pronunciar discursos largos, épicos y vacíos, alimentar punteros para las elecciones, usar el gasto público para acumular poder, repartir sobres o coimas, o rosquear carguitos a cambio de favores.
Considera, en cambio, que hacer política es “hacer cosas concretas que beneficien a la gente: gestionar”. Ese es todo el secreto. Si la medida es buena, todos están obligados a aceptarla, sin muchas vueltas. Se resuelve con una comunicación moderna, con el márketing de la cercanía: “juntos”, “en equipo”, hablando con la gente en los timbreos y emitiendo mensajes por facebook. Es una ingenua simplificación.
El gobierno ahora convocará a todos los sectores políticos económicos y sociales a dialogar sobre tarifas energía plan productivo educación y nadcotrafico para alcanzar consensos y sustento político para decisiones clave.
No existe buena gestión en ningún país del mundo si antes no se hace política. Buena política. Con mayúsculas. La política es la que crea las condiciones adecuadas para “hacer esas cosas concretas” sin que se disparen conflictos políticos, sindicales o judiciales.
La gobernabilidad es la capacidad de gobernar sin contratiempos y con resultados. Y la política, la buena política, es la que garantiza la gobernabilidad. Se trata de una actividad de construcción de consensos y negociación contínua que permite instrumentar medidas concretas y necesarias de manera exitosa, transformándolas en políticas de Estado, aceptadas por las mayorías como permanentes en el tiempo.
Para ir a lo práctico: los inversores se fijarán si en la Argentina existe gobernabilidad y si las medidas económicas serán perdurables. Macri debería ser el principal interesado en llegar a grandes acuerdos con los principales líderes de la oposición: así todas sus decisiones nacerían fortalecidas y vigorosas. Y no por ello perdería liderazgo político, sino que lo potenciaría.
Esto último se demostró con la salida del cepo y del default, con el blanqueo y con la ley de autopartes, entre otras. Quedaron fortalecidas: nadie las cuestionó. De la otra manera tuvo sus peores derrotas: los dos jueces de la Corte por DNU y la suba de tarifas. Sólo ahora Macri convocará a los gobernadores, los sindicatos y a la oposición, más los ex secretarios de Energía, para un gran acuerdo federal. Perdió seis meses de subsidios.
Macri debería replicar esta metodología, le fortalecerá su legitimidad, para la reforma política, el presupuesto 2017, el empleo joven, el conflicto educativo, la pobreza, la inseguridad y el narcotráfico. Todos debates estratégicos.
Hay una razón muy sencilla para actuar de este modo: no tiene mayorías propias en el Parlamento y debe neutralizar a sus adversarios de 2019, que se juegan en cada debate la futura campaña presidencial.
Los macristas suelen confiarse en su legitimidad de origen: ganamos las elecciones y nadie nos puede decir cómo gobernar; tan malos no seremos, Massa no ganó, los peronistas dejaron una bomba, son algunos de sus argumentos. Es cierto, ganaron. Pero su deber es desactivar la bomba sin hacerla estallar por la imprudencia. En el medio está la gente.
No advirtieron aún que todavía no acumularon legitimidad de ejercicio: la inflación sigue alta, creció la pobreza, se perdieron 60.000 empleos, hay recesión, bajó el consumo… Apenas repunta el campo y las obras vienen lentas. Todo muy entendible en una transición como esta: algunos indicadores bajan otros suben. La herencia es un dato, pero debe evaluarlo.
Macri debe replantearse el paradigma de su gobierno. Es la hora de cambiar la receta. Quedan pendientes sus desafíos estratégicos: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico y unión de los argentinos. Nada de eso se puede lograr sin grandes acuerdos a nivel nacional.