Siempre hay uno nuevo al acecho. Es la naturaleza de la bestia. La banca es intrínsecamente inestable. La mayor parte del tiempo esto no es obvio y las operaciones bancarias se desarrollan sin problemas. Pero los pánicos estallan, a veces por razones triviales, pero inevitablemente surge una nueva corrida bancaria. Atribuyámoslo a un problema de comportamiento, a la irracionalidad o a cualquier otro argumento que nos haga felices. Pero la historia es clara: desde que existen los bancos, la inestabilidad latente vuelve a rugir cada cierto tiempo.
El último ejemplo es el trío de cierres bancarios de los últimos días, empezando por el cierre voluntario de Silvergate (NYSE:SI) la semana pasada, seguido por la quiebra de Silicon Valley Bank el viernes y la decisión de los reguladores de cerrar Signature Bank (NASDAQ:SBNY) el domingo.
La pregunta es si se está gestando algo más que una agitación aislada. Por el momento, prevalece un cauto optimismo de que no estamos ante una crisis bancaria más amplia. Pero aún es pronto, por lo que se espera una prueba de resistencia completa. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se desarrollará todo esto por una sencilla razón: las fuerzas que impulsan las crisis bancarias son de comportamiento, es decir, un repentino aumento del miedo, miedo a perder los depósitos.
Por otra parte, la primera prioridad de los responsables políticos está muy clara: reducir y, si es posible, eliminar el riesgo de contagio. Hasta aquí, todo bien, aunque sea siempre controvertido. Pero la intervención gubernamental a estas alturas no es discutible, ya que la historia demuestra lo que ocurre si se permite que el miedo al contagio bancario se desboque. El peor escenario: la Gran Depresión. Aunque hay varios factores que condujeron a la peor contracción económica de la historia de Estados Unidos, permitir la quiebra de los bancos -sin recompensa para los depositantes- fue fundamental para ayudar a convertir en depresión lo que podría haber sido una recesión común y corriente, aunque profunda.
La cruda realidad es que los bancos son diferentes de otras industrias. Los bancos están en el corazón de la actividad económica, bombeando la liquidez necesaria a través del sistema, y éste funciona sobre la base de la confianza. Como resultado, cuando los bancos quiebran, el retroceso y la destrucción pueden extenderse rápidamente por la economía como un reguero de pólvora. En consecuencia, no se puede permitir que los bancos quiebren de la misma manera que, por ejemplo, se puede permitir que quiebre una empresa de software o un fabricante de tractores.
¿Por qué esta distinción? Hágase una pregunta sencilla: Si se enterara de que el fabricante del auto que compró el año pasado está a punto de hundirse, ¿qué haría? Nada, ¿verdad? La misma pregunta aplicada al banco de su calle, donde tiene 10,000 dólares en una cuenta corriente, provocaría, presumiblemente, una respuesta diferente.
Las quiebras bancarias, como es habitual, plantean cuestiones de gran calado político, sobre todo tras la crisis financiera de 2008, cuando cientos de bancos quebraron y el dinero de los contribuyentes se utilizó para "rescatar" a las entidades.
Pero, ¿qué queremos decir cuando decimos "rescatar" a los bancos? La reacción instintiva del público es oponerse a la idea. Pero la lección fundamental de la historia es que permitir que los depositantes sufran es jugar con fuego, con toda la economía en juego.
Para ser claros, los accionistas de los bancos deberían sufrir, y lo están haciendo. Los depositantes son otra historia.
Los críticos afirman que la decisión del gobierno de garantizar la quiebra de todos los depositantes de los bancos -incluso los que superan el límite estándar de 250,000 dólares de la FDIC- es un rescate injusto y va en contra de la economía de libre mercado. Tal vez, pero ése es el precio de la banca y de evitar que una crisis derrumbe el sistema financiero.
Lo cierto es que si se permite que los depositantes sufran, aumenta el riesgo de contagio. En ese caso, surge la posibilidad de una rápida pérdida de confianza en el sistema financiero en general. En ese momento, si surge una crisis, los acontecimientos pueden descontrolarse fácilmente. Es como gritar "fuego" en un teatro lleno de gente. Cortar ese riesgo de raíz de forma temprana y eficaz es esencial para evitar una crisis mayor.
Es importante reconocer que la banca, en su esencia, es un negocio inestable. Sólo una pequeña fracción de los depósitos se encuentra en la cámara acorazada, lo que crea la posibilidad de problemas si la mayoría de los depositantes solicitan reembolsos a la vez - una corrida bancaria, como se le llama. Pocos bancos, si es que hay alguno, pueden funcionar eficazmente y estar preparados para este tipo de incidentes, aunque se produzcan periódicamente. Esa es una de las razones de ser de un banco central, pero esa es otra historia.
La banca, en resumen, es un mal necesario, por así decirlo, para una economía de libre mercado. Idealmente, la política reguladora se optimiza para minimizar el riesgo de quiebras bancarias. Con ello quiero decir que se maximiza el incentivo para actuar con prudencia.
En el caso del Silicon Valley Bank (SVB), las malas decisiones de gestión del riesgo fueron claramente un factor. Aunque SVB mantenía gran parte de su cartera en bonos del Tesoro seguros, la dirección favoreció los vencimientos más largos - una propuesta perdedora cuando las tasas de interés estaban subiendo. Como resultado, el banco acumulaba considerables pérdidas no realizadas. Eso no fue un problema, hasta que lo fue - cuando todos los depositantes de repente querían su dinero de vuelta – inmediatamente.
No ayudó que la administración Trump flexibilizara las normas regulatorias para los bancos más pequeños. ¿Ha influido eso? Es difícil saberlo con certeza, pero probablemente fue un factor que contribuyó a desencadenar la actual agitación.
La cuestión más importante es que una regulación eficaz de los bancos es esencial, lo que significa que es preferible pecar de precavidos, aunque solo sea porque los gestores bancarios cometerán inevitablemente errores en la gestión del riesgo.
Lo que no debe tolerarse es que se considere que los depositantes bancarios deben sufrir, aunque hayan actuado imprudentemente al concentrar fondos en uno o varios bancos. Más bien, el momento de actuar sobre estas cuestiones es antes de que se produzca una crisis bancaria, mediante una regulación más estricta. Una vez que surge una crisis, es demasiado tarde para promover los ideales de evitar los riesgos morales.
Por desgracia, la sabiduría financiera es única en el sentido de que es cíclica y no acumulativa. Parte de la razón por la que las crisis bancarias nunca desaparecen es que las lecciones aprendidas en la ronda anterior de problemas se olvidan demasiado rápido. Esperemos que esta vez sea diferente, pero no meto las manos al fuego.