Siempre que se habla de la situación económica de un país, se mencionan diferentes aspectos, teorías y fórmulas. Escuchamos frecuentemente hablar de déficit o superávit fiscal y es importante entender qué significa esto para comprender concretamente el estado económico de los países.
Se denomina “déficit fiscal” -también conocido como “déficit presupuestario” o “déficit público”- a la situación en la que los gastos de un Estado superan a los ingresos no financieros obtenidos en cierto período de tiempo. Éste déficit representa la sumatoria de todos los déficits que puedan tener las distintas administraciones públicas de un país, es decir el gobierno nacional más los gobiernos provinciales.
Para medir el impacto económico del déficit, se analiza la proporción que representa por sobre el Producto Bruto Interno, que es la sumatoria de todas las riquezas generadas por el Estado en el plazo de un año. Dichos datos son brindados por la administración contable nacional y son de público conocimiento.
En nuestro país, el organismo encargado de la circulación de ésta información es el INDEC, Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina. También existen otros organismos que recopilan y analizan estos datos, como la Asociación Argentina de Presupuesto Público (ASAP) y el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), entre otros.
Lo que comúnmente entendemos como “déficit fiscal” comprende otro indicador, llamado “déficit fiscal primario”. Éste el resultado de la diferencia entre el gasto gubernamental corriente y el ingreso total anual de toda la recaudación impositiva. El déficit fiscal total es el déficit primario más los pagos por intereses de las deudas contraídas.
Existe una fórmula para calcular el déficit fiscal de un país. El resultado del déficit primario se da restando el gasto gubernamental a los ingresos obtenidos. Si queremos calcularlo teniendo en cuenta la deuda externa, a la multiplicación de la deuda neta por los intereses más el gasto gubernamental, se le restan los ingresos.
Algunas de las causas del déficit fiscal pueden ser el descenso de los impuestos o una distribución poco eficiente de los mismos; un aumento del gasto gubernamental en un momento determinado -por ejemplo, el de la asistencia social en momentos de crisis económica- o una emisión y circulación excesiva de moneda.
De todas formas, estas medidas no necesariamente implican como resultado una situación deficitaria, así como un período de déficit no significa déficit crónico, aunque ciertamente cuanto mayores son las deudas y sus intereses, más complejo se vuelve cumplir con ellas y erradicarlas del todo.
Un concepto “hermano” al de déficit es el de superávit fiscal, que indica el proceso opuesto: Se da cuando los ingresos no financieros -es decir, aquellos que no provienen de tomas de deuda- son mayores que los gastos generados por la administración gubernamental en cierto lapso de tiempo.
Tanto el superávit como el déficit fiscal son indicadores que dependen de múltiples factores y no hay recetas infalibles que puedan generar uno y terminar con el otro. Existen diversas teorías o políticas a tomar que pueden resultar beneficiosas para la economía de un país, pero siempre dependerá del contexto y también de las condiciones económicas históricas.
Por poner un ejemplo, el déficit fiscal que posiblemente registren muchos países actualmente, estará directamente relacionado con la crisis pandémica generada por el Covid-19. Sin dudas, las políticas que adopte cada gobierno frente a la emergencia definirán la proporción de dicho indicador por sobre el PBI.
En el caso puntual de la Argentina, el déficit fiscal es una problemática de larga data, un indicador que se repite a lo largo de la historia, así como sucede en otros países llamados “periféricos”. Según datos recopilados por Reinhart y Rogoff, nuestro país lleva, desde la declaración de independencia en 1816, 71 años reestructurando sus deudas externas.
Esto significa que buena parte de nuestra historia como Nación hemos estado endeudándonos, pagando y volviendo a endeudarnos de forma cíclica. Nuevamente, no es una situación tan atípica en países que producen materias primas para exportación y no han desarrollado industrias del sector secundario y terciario.
Es el famoso “cuello de botella” que experimentan un buen número de economías emergentes: con cada período de “bonanza”, inyección a la producción, aumento del consumo y mejora general de los niveles de vida, se alcanza un tope en las posibilidades productivas.
Por lo general esto sucede por falta de infraestructura, avance científico o herramientas para la industria nacional, problemáticas energéticas o insuficiencia financiera internacional -es difícil que alguien desee pagar por un proyecto o producto que luego podría volverse competencia- por lo que se adoptan medidas de “apertura al mundo”, con tomas de deuda y recortes al sector público.
Nuevamente, no hay fórmulas mágicas que alejen el déficit de un momento al otro o que brinden superávit asegurado.