Desde la crisis del 2008 a la fecha, el peso mexicano se ha debilitado frente al dólar en cerca de +24%, alcanzando niveles máximos históricos mayores a las 17.20 unidades. Tan sólo en el 2015, la depreciación registrada ha sido de +15%, lo que ha sorprendido continuamente al conjunto de analistas
Ello ha favorecido continuas revisiones al alza sobre las expectativas cambiarias del consenso, las cuales actualmente se ubican en 16.80 unidades para el cierre del 2015 y en 16.55 para el 2016. Ante esto, la pregunta obligada es si seguiremos observando revisiones al alza en las proyecciones o si aún existen factores que favorezcan la apreciación del cambiario. Para ello, es necesario entender las causas que están detrás de las fluctuaciones observadas.
Desde una perspectiva macroeconómica, los fundamentales del tipo de cambio se han mantenido relativamente estables desde la crisis de Lehman Brothers a la fecha. La cuenta de capital ha crecido en cerca de 214%, las reservas internacionales prácticamente se han duplicado, el déficit fiscal se ha mantenido por debajo de 4% como porcentaje del PIB. Sin embargo, desde finales del 2014 se ha registrado cierto deterioro en algunos indicadores económicos, lo que ha provocado un ligero repunte del riesgo país. Entre éstos destacan la disminución de las reservas internacionales, la desaceleración de flujos de inversión extranjera hacia bonos y cetes, el reciente deterioro del balance público debido al fuerte ajuste en los precios del petróleo y el saldo negativo de la cuenta corriente. Aún considerando dichas variables, los fundamentales económicos parecen no coincidir con la magnitud con la que se ha debilitado el peso.
Lo anterior se debe a que en años recientes otros factores, distintos a los tradicionales, han jugado un papel relevante en la determinación del tipo de cambio. La principal razón por la que la tendencia de la cotización del peso frente al dólar tomó por sorpresa a los mercados se debe a que se minimizó el impacto de la liquidez global en los precios de diversos activos, entre éstos la divisa mexicana. Es decir, mientras que los flujos monetarios inyectados por economías avanzadas, principalmente EU, desde la crisis financiera del 2008 favorecieron la apreciación del peso y otras monedas de países emergentes, la perspectiva de normalización monetaria en EU que comenzó desde el 2013, pero que se ha acentuado en el 2015, ha tenido como consecuencia la reversión de flujos hacia Norteamérica, fortaleciendo así a la divisa estadounidense.
Lo anterior puede observarse claramente en el rol que han jugado los flujos especulativos en los mercados de derivados, pues ante la excesiva liquidez, las posiciones especulativas jugaron en favor del fortalecimiento del peso. Sin embargo, entre julio y septiembre pasados dichas inversiones rompieron niveles históricos en contra del peso, lapso en el que el tipo de cambio registró niveles máximos. Una vez que disminuya la volatilidad en los mercados financieros, el tipo de cambio tendería hacia su nivel de equilibrio; es decir, al que está determinado tanto por los fundamentales macroeconómicos del país como por la recepción de flujos no especulativos. Pero, ¿cuál sería dicho nivel?
Una de las teorías más recurridas para determinar el nivel al que tenderá en el largo plazo una divisa es la de Paridad de Poder de Compra, la cual indica que en un mercado eficiente un bien debería tener el mismo precio una vez ajustado por los diferenciales de inflación. Así, suponiendo que en el 2008 el tipo de cambio se encontraba en equilibrio y ajustándolo por la inflación acumulada de los últimos siete años en México (+27.9%) y en EU (+10.35%), obtenemos que la paridad peso/dólar en términos reales se ha debilitado en cerca de +9% desde la crisis, y debería de ubicarse en niveles cercanos a los 14.83 pesos, lo que implica una subvaluación cercana a +15% en los niveles actuales. Ésta es la principal razón por la que las expectativas sobre el peso son de apreciación, pero también explica el que la debilidad registrada por la divisa mexicana haya sido menor a la de otras economías emergentes que sí han enfrentado un deterioro significativo en sus indicadores macroeconómicos.
Aunque el escenario base es que el tipo de cambio de real tienda hacia el nivel de equilibrio en el largo plazo, éste puede variar en el tiempo ante cambios en los fundamentos económicos o en el entorno externo. Actualmente, algunos de los principales riesgos que podrían propiciar una mayor depreciación del tipo de cambio real serían un posible contagio por crisis en economías emergentes, riesgos a las finanzas públicas provenientes de mayores bajas en los precios del crudo, un traspaso del tipo de cambio a los precios de la economía local, o bien un deterioro en los niveles de deuda del país.
Aunado a esto, la velocidad de ajuste del tipo de cambio nominal hacia su nivel de equilibrio dependerá de la volatilidad y velocidad de ajuste de la normalización de la política monetaria por parte de la Reserva Federal. Aunque se mantiene la perspectiva de apreciación del tipo de cambio respecto de los niveles actuales, seguramente continuaremos observando periodos de alta volatilidad, principalmente derivado del clima de incertidumbre a nivel global.