Hoy será la primera prueba de fuego para el presidente de Estados Unidos Donald Trump. Él que es tan vertiginoso, él que es tan autoritario, él que pensaba que con un tuit y un crujir de dedos podía cambiar el mundo, se encuentra ahora con una realidad política mucho más compleja y difícil de domeñar a su antojo. Él que se creía que por llegar a la Casa Blanca con su pelo oxigenado y su grandilocuencia sería todopoderoso, siente ahora que su autoridad es débil y quebradiza.
Es lo bueno de que en un país existan instituciones fuertes. Ahora que se ha topado con esa realidad, anda enojado entre la Salón Oval y el despacho que está abriendo a su hija Ivanka en la Casa Blanca. Anda malhumorado porque, con lo prepotente que es, no le gusta lo enclenque de su mando quede expuesto a los ojos de todos. Pero ahí están los hechos: el poder judicial, los organismos de investigación de delitos, el poder legislativo, todos andan al brinco. Así, los tribunales están bloqueando su veto migratorio; el FBI investiga los nexos de su equipo de campaña con Rusia durante las elecciones y el posible delito de haberlas amañado; su proyecto de presupuesto enviado la semana pasada al Congreso fue recibido con frialdad; en el bando republicano no se ponen de acuerdo sobre cómo debería ser la reforma tributaria; y, lo peor, en la crucial votación de hoy en la Cámara de Representantes para revocar el “Obamacare” y reemplazarlo por su nuevo modelo de salud, hasta ayer no tenía amarrado los votos necesarios que le aseguren la victoria.
El miedo a ser derrotado en su primer examen en el Congreso, en plena “luna de miel”, lo tiene exasperado y está perdiendo los papeles. La persuasión no es su mayor virtud, pero sí la amenaza. Y hasta sus propias huestes están conociendo sus excelsas dotes. En medio de las presiones para que sus correligionarios no bloqueen la ley, llegó a decirle al congresista Mark Meadows, líder de los radicales conservadores del Freedom Caucus: “Iré a por vosotros”. Hasta ayer, el voto en contra de los rebeldes republicanos junto con el rechazo de los demócratas era suficiente para bloquear la propuesta de Trump. En efecto, la iniciativa precisa de 215 votos a favor para recibir luz verde, por lo que los republicanos no pueden perder más allá de 22 votos para que la Casa Blanca pueda cantar victoria. Sin embargo, Alyssa Farah, vocera del Freedom Caucus, tuiteó que más de 25 miembros de dicho grupo votarían en contra, suficiente para infligir a Trump una derrota.
Y esos son sólo los del Freedom Caucus, que rechazan la propuesta de Trump por considerarla demasiado tibia. A su juicio, el nuevo proyecto de ley conserva buena parte del espíritu del “Obamacare” como el subsidio en la compra de planes de seguro de salud individuales o las ganancias de cobertura del programa de Medicaid que da cobertura de salud a individuos de bajos recursos.
Pero además, hay republicanos moderados que, como los demócratas, se oponen a una propuesta que va en contra de la promesa que sostuvo el presidente de ofrecer una cobertura sanitaria universal. Nada más lejos de la realidad. Un reciente estudio de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO por sus siglas en inglés), un organismo sin afiliación partidista, ha estimado que en caso de ser revocado el Obamacare y fuera reemplazado por la nueva propuesta, 14 millones de individuos se quedarían sin cobertura el año que viene y 24 millones durante la próxima década. En consecuencia, con el “Obamacare”, para el 2026 la población que no gozaría de seguro de salud sería de 28 millones. Pero si el “Obamacare” es repelido y reemplazado por la nueva propuesta, el número de individuos sin cobertura sanitaria se elevaría a 54 millones. A cambio de esa pérdida en la cobertura, el gobierno se ahorrará 337,000 millones de dólares (mdd).
Por tanto, la situación es complicada: si se mueven hacia la derecha, si se radicaliza la propuesta de Trump para satisfacer las demandas del Freedom Caucus, los republicanos moderados huirían espantados; si se mueven hacia la izquierda, la extrema derecha republicana echaría el grito al cielo. Lo malo es que, incluso si se supera el examen de mañana y Trump logra sacar su propuesta en al Cámara de Representantes, de ahí irá al Senado. Y allí el margen es aún más estrecho: los republicanos sólo podrían perder, a lo más, dos votos.
Que hoy pierda Trump no sería, como él mismo ha dicho, aceptable. Si no puede con el “Obamacare”, una de sus grandes promesas de campaña, su prioridad número uno. ¿Qué pasaría con el resto de la agenda económica? ¿Podrá de verdad desmantelar la ley de regulación del sistema financiero, la Dodd-Frank, que es lo que ha tenido a los inversionistas comprando acciones de bancos como locos? ¿Podrá sacar adelante su proyecto de recorte de impuestos, ése que será masivo? ¿Podrá desregular al sector petrolero y al de carbón? ¿Podrá derribar toda la legislación contra el cambio climático erigido durante la administración de Obama, pasando por encima de los acuerdos internacionales? ¿Podrá sacar ese presupuesto en el que promete recortar los programas civiles para dirigir los recursos a gasto militar? ¿Podrá llevar a cabo su colosal programa de infraestructura?
Que pierda hoy Trump será una muy mala señal para el mercado. Querrá decir que Trump es débil, que no es el líder que logra consensos entre sus propios correligionarios pese a poseer la mayoría en ambas cámaras, que él y su equipo posee escasa capacidad negociadora. Y eso que apenas acaba de llegar a la Casa Blanca. El riesgo es que ese poder negociador se continúe erosionando en el corto plazo: al fin y al cabo es un presidente que está siendo investigado por sus lazos con Rusia, que se ha topado con voces dentro de su propio partido que niegan que su predecesor, Barack Obama, le hubiera espiado, y que además ha visto como su popularidad ha caído en picado. Apenas el pasado fin de semana su ratio de aprobación descendía a un 37% según la encuesta de Gallup, un nivel históricamente bajo para un presidente que apenas se está estrenando.
En caso de que perciban que no cuentan con los votos suficientes, ¿se diferirá la votación prevista para hoy? Y si se llegara a votar y Trump pierde, ¿se abrirá una crisis en el Congreso? ¿Será su primera crisis de gobierno? Eso es lo que se pregunta el mercado. El poderoso rally de Wall Street desde que Trump triunfó en las elecciones presidenciales de noviembre ha estado sustentado en una agenda pro-mercado que los inversionistas han comprado sin chistar, pensando que los tuits que el presidente enviaba se harían realidad. Pero de momento está sustentado en un humo de expectativas. Ahora hay que materializarlas, ponerles concreto, como al muro que pretende levantar en la frontera. Y una derrota de Trump pondría bajo sospecha su capacidad para sacar sus planes adelante. Con esas dudas el S&P’s 500 perdió un 1.24% en la sesión del martes, la peor jornada desde que ganó las elecciones. Veremos si sólo fue un traspié o el primer aviso a Trump de los inversionistas, sin duda las gentes que más han adorado la llegada del magnate a la Casa Blanca.