Argentina ya no se conforma con ordeñar la vaca, comete la locura de matarla

Publicado 16.09.2020, 06:55 a.m

En una nueva decisión al margen del orden republicano, el Gobierno decidió establecer una retención del 35% sobre la compra de dólares en el exterior o bien por la compra de dólares para ahorro. Con esta decisión directamente retrocedemos a 1215 antes que los barones ingleses se sublevaron contra el rey Juan Sin Tierra y lo obligaron a firmar la Carta Magna, que fue el primer intento de limitar el poder de los monarcas.

La lógica indica que todo impuesto que se le quiera aplicar al contribuyente, previamente tiene que ser debatido en la Cámara de Diputados que son los representantes del pueblo.

Este Gobierno, en el medio de una pandemia y una eterna cuarentena, es el único en el mundo que aumenta los impuestos bajo este contexto adverso sin consultar a los representantes del pueblo. Con el impuesto a la riqueza, el impuesto PAIS y ahora este 35% de retenciones, que es pagar por anticipado Ganancias que no se saben si se van a tener, pretende resolver el enorme problema fiscal a puro impuestazos en una economía que no para de caer en su actividad y dejar gente desocupada.

¿Cuál es la razón por la cual los argentinos somos esquilmados impositivamente? La respuesta es muy clara, la política se ha transformado en un gran negocio y la democracia en una competencia populista. Esa competencia populista por mantener el negocio de la política se limita a repartir el fruto del trabajo ajeno ofreciendo a una mayoría de la población regalarle el trabajo ajeno en nombre de la solidaridad social, además de necesitar los recursos para mantener el costoso aparato de la política con su legión de asesores, consultores de imagen, choferes, etc.

En el sector privado, cualquier persona decente tiene que levantarse todos los días y generar sus ingresos ganándose el favor del consumidor. Es decir, el ingreso de la gente decente, que vive de su trabajo, consiste producir algo que el otro necesita y, de esa manera, ambos salen ganando. El que compra porque valora más lo que recibe que el dinero que entrega, y el que vende porque valora más el dinero que recibe que lo que le vende a otra persona. En el sector privado, hay intercambio pacífico. Sin usar la fuerza para apropiarse de la riqueza del otro. Todo es cooperación pacífica y voluntaria.

A diferencia del sector privado, el estado se financia en forma compulsiva. Utiliza el aparato de compulsión para quitarle a la gente parte del fruto de su trabajo. En un estado liberal clásico, con un gasto público bajo y pagable por la gente, el contribuyente acepta ceder parte de sus ingresos para sostener las expensas de edificio llamado estado. La gente paga sus impuestos para que el Estado le brinde derechos básicos como el derecho a defender la vida, la libertad y la propiedad de las personas.

En estados populistas, el monopolio de la fuerza que se delegó al estado pasa a ser utilizado para violar los derechos individuales, todo en nombre de la justicia social. Los políticos venden el argumento de que ellos tienen el monopolio de la solidaridad y vienen a redistribuir la riqueza. De ahí se pasa a afirmar que la causa de la pobreza es consecuencia de la riqueza de unos pocos. Si alguien es pobre es porque la culpa la tiene el rico, por más que el rico se haya deslomado trabajando y produciendo lo que la gente necesita. ¿Acaso no hemos visto argumentar en los últimos días que hay que igualar haciendo más pobre a la ciudad de Buenos Aires para “resolver” la pobreza de la provincia de Buenos Aires?

En el mercado, si alguien no produce lo que la gente necesita termina quebrando porque no tiene ingresos. ¿Ocurre lo mismo con el estado populista? Sí. Basta con leer la historia de las rebeliones fiscales de Charles Adams, para advertir que la historia está llena de rebeliones fiscales. Desde la Carta Magna de 1215, pasando por la Revolución Francesa, la Guerra de la Independencia de Estados Unidos y el mismo Guillermo Tell que se levantó contra el rey Juan de Austria, hay toneladas de ejemplos de hartazgo de la gente de ser explotada por las monarquías.

Antiguamente la explotación fiscal se llevaba a cabo para financiar las guerras de conquistas de territorios que iniciaban los monarcas. Ahora es la guerra en que se lanzaron los políticos, transformados en monarcas, por conseguir el voto de la gente regalando el fruto del trabajo ajeno. Pero para poder regalar el dinero ajeno expoliando al contribuyente, tiene que haber contribuyentes.

Cuando uno ve la cantidad de empresas que se están yendo de Argentina, más las que quiebran (desde el inicio de la cuarentena absurda se perdieron 18.000 empresas) más las que decidieron no venir, va quedando al descubierto una cruda realidad: el Estado tiene cada vez menos flujo de ingresos para confiscar mediante impuestos. Y por más que use el monopolio de la fuerza para expropiar el fruto del trabajo ajeno, la gente deja de producir porque no tiene incentivos o bien se va del país.

Lo que no advierten los políticos argentinos es que con sus políticas de explotar a los que producen e incentivar la cultura de la dádiva, cada vez queda menos personas para ser explotadas. O porque se van o porque quiebran.

¿En algún momento se plantearon seriamente cómo van a hacer para financiar a sus asesores, sus suculentos sueldos y privilegios el día que ya no quede qué confiscar impositivamente?

En Argentina el Estado ya no se conforma con ordeñar la vaca, comete la locura de matar la vaca lechera. Ese sector privado que financia el populismo de los políticos se achica y tiende a desaparecer.

La triste realidad es que Argentina va camino a tener el mismo final del libro de Ayn Rand, La rebelión de Atlas. Le sugiero a los populistas y al Presidente que lean ese libro. No vaya a ser cosa que descubran que el camino que tomaron los conduce al suicidio político.

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