En septiembre de 2011, la primera “fiebre del oro” del siglo XXI llegó a su clímax. La cotización intradía rebasó ese mes los 1,900 dólares la onza troy, y tras ello, inició una corrección (caída temporal) que no concluyó sino hasta diciembre de 2015. Fueron más de 4 años complicados para los metales preciosos.
En aquel fin de año de 2015, la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos inició su ahora ya también terminado ciclo alcista de tasas de interés, lo que dicho sea de paso, echa por la borda la creencia común de que el rey de los metales sólo puede subir en escenarios de tipos de interés bajos.
Del cierre de 2015 al de 2016, el oro ganó casi 10 por ciento; de 2016 a 2017 subió 12.4 por ciento; de 2017 a 2018 ocurrió una leve corrección al concluir el año con -3.6 por ciento de rendimiento, y 2019 escaló de nueva cuenta 15.9 por ciento.
Por si fuera poco, la primera semana de 2020 el oro cerró también al alza en 1,555.15 dólares la onza troy.
El rendimiento acumulado del oro del cierre de 2015 al corte de 2019 es de más de 38 por ciento. No está de más recordar que esta ganancia es en dólares, mientras las tasas de interés de los bonos del Tesoro estadounidense continúan comprimiéndose de nueva cuenta hacia mínimos históricos con tendencia hacia el cero por ciento.
En pesos mexicanos, el rendimiento del oro en ese mismo período ha sido de más de 50 por ciento.
El alza de esta primera semana se explica en buena parte por la escalada en línea que vieron el dólar, el petróleo y el oro, como consecuencia del ataque estadounidense en Irak, en el que murió el importante general iraní Qasem Soleimani. Como hemos explicado anteriormente, todo acontecimiento que genere tensión bélica tiende a disparar el precio de los activos refugio, y al tratarse de Medio Oriente, también del “oro negro”.
Más allá de coyunturas, la realidad es que la deuda estadounidense -y la deuda global-, siguen creciendo exponencialmente, lo que refuerza los fundamentos del mercado alcista del oro en el largo plazo.
Es posible que el largo ciclo positivo del oro de 2000 a 2011 -período en su precio escaló de 250 a 1,900 dólares la onza- se replique con los altibajos típicos de todos los mercados. Lo anterior, sin pasar por alto que todos los ciclos alcistas terminan en euforia -como la que vivimos en 2011 en los metales preciosos-, y que es en esa fase de “locura” en la que se cosechan los más altos rendimientos en el menor lapso.
Debido a ello, reiteramos nuestra recomendación de aumentar de manera continua y permanente nuestras posiciones en oro -físico y ETFs (como el GLD y el IAU)-, pues durante los próximos años se dejarán atrás los máximos históricos vigentes.
Para 2020, vemos como objetivo alcanzable un precio por onza entre 1,600 y 1,650 dólares, en parte, ayudado por la laxa política monetaria de los bancos centrales (bajando tasas de interés) y el bajo crecimiento económico mundial.
Por supuesto, oro y plata no son los únicos activos que hay que tener. Se trata de activos indispensables y fundamentales en cualquier cartera, pero también se debe diversificar en cuanto a plazos y niveles de riesgo. Le recomiendo que se suscriba a mi boletín financiero en mi portal GuillermoBarba.com para obtener información y asesoría especializada al respecto. ¡Feliz 2020!