En su intervención inaugural del simposio de bancos centrales que se celebró en Jackson Hole Wyoming, en esta ocasión de carácter virtual, el presidente de la FED, Jerome Powell anunció la semana pasada tres ajustes a sus guías de lo que serán sus detonantes para cuando crea necesario aumentar la tasa de interés de fondeo: será más flexible en su manejo de la inflación (lo que significa que tolerará más momentos de alta inflación antes de mover las tasas), no comprará el último dato con la meta del 2.0%, sino su tendencia o promedio de varios meses o años; le dará todavía más relevancia a los datos de empleo, evaluando los rezagos que se tengan hacia el objetivo de pleno empleo, en particular los trabajos de menores ingresos y; la estrategia de política monetaria se revisará cada cinco años.
Con ello, priorizará el mandato de impulsar el crecimiento económico por encima del control de inflación. Esto es interpretado por los mercados financieros de las tasas de interés en EUA se mantendrán cercanas a 0% por varios años, lo que incentiva a las inversiones con mayor riesgo (como lo es las que cotizan en pesos mexicanos). A pesar del optimismo, consideramos que existen varias inquietudes que no lograron solventarse. Los mercados financieros quisieran que las decisiones de la FED fueran menos discrecionales, donde sea fácil adelantarse a ellas. La medición de sus nuevas referencias quedaría de forma subjetiva ya que tanto para conocer los niveles de inflación y desviaciones del pleno empleo no se establecen periodos ni fórmulas para calcular. Por último, los inversionistas siempre quieren oír de nuevos estímulos, y Powell no hizo referencias a nuevos posibles instrumentos de apoyos monetarios.
La falta de atractivo que pudiera implicar tasas de interés cercanas al 0% por varios años en EUA, incentiva a los inversionistas a buscar mejores rendimientos en el mercado bursátil o en el mercado de dinero de economías emergentes, provocando cierta debilidad del dólar con respecto a la mayoría de las monedas del mundo (principal razón de la reciente apreciación del peso mexicano).
Por otro lado, el reconocer que los niveles de tasas de interés podrían permanecer muy bajas un tiempo prolongado es un aliciente en estos tiempos de altos niveles de deuda global, tanto pública como privada.
Con buena parte de la actividad económica de economías desarrolladas y en desarrollo suspendida o con apertura parcial y con recaudación fiscal en caída libre, muchas han tenido que recurrir a un fuerte aumento de deuda para sostenerse ante la crisis. Así, las bajas tasas de interés ayudarán a lidiar con esto, tratando evitar una lastimosa austeridad, default o monetización la sus deudas.
El dramático aumento de la deuda pública relacionado con la pandemia ha atraído la mayor parte de la atención de los analistas económicos. La deuda a nivel mundial se acerca rápidamente al 100% del PIB y encontrará dificultad para cambiar de tendencia si no se implementan políticas públicas eficientes que promuevan una rápida recuperación económica, ya que de lo contrario el creciente servicio de la deuda traerá como resultado menores recursos públicos disponibles dificultando los niveles de desarrollo para los próximos años, principalmente para economías menos desarrolladas.
A su vez, el aumento de la deuda empresarial también es un foco rojo de atención y con fuertes repercusiones para la recuperación económica en los próximos años. Un período de 10 años de tasas de interés muy cerca de cero y constantes estímulos monetarios han llevado los niveles de deuda corporativa a récords en términos absolutos. Se estima que alcance los 80 billones de dólares al cierre de 2020 (en 2009 eran 45 billones). En este sentido, la recesión actual es única, no solo en términos de su gravedad sin precedentes y brusquedad, sino que en lugar de fomentar una baja en la deuda empresarial (como se observa en crisis anteriores), ha promovido un aumento inusual en la deuda de las empresas, que ya se encontraban en niveles casi récord entrando en la pandemia.
Bajo este panorama, las acciones recientes de la FED podrían ayudar a aminorar posibles episodios de crisis de deuda soberana y empresarial. Los países necesitarán de varios años para recomponer sus economías al nivel que tenían antes de la pandemia.
Además, la caída generalizada del dólar se podría acrecentar por la idea de que el banco central estadounidense no tiene prisa para normalizar tasas de interés. Esto provoca que en automático, en términos de valuación, la deuda de los países como porcentaje del PIB se reduzca, al apreciarse la moneda y revalorizarse la parte externa de los compromisos.
Así, la decisión de la FED puede verse como oxigeno puro para varias economías y empresas, sobre todo aquellas que recurrieron o recurrirán a la deuda en su lucha para reactivar su economía ante los estragos del COVID-19.
Sin embargo, a pesar de que consideramos lo anterior como positivo, también vienen con importantes riesgos, que pueden provocar desequilibrios que se traduzcan en crisis financieras futuras.
Prologadas tasas de interés en mínimos puede provocar, sobre todo en economías emergentes, niveles de sobre-riesgo, de sobre-endeudamiento y de sobre-valuación en sus tipos de cambio. Si el incentivo a mayor deuda no es prudente, sostenible, o peor aún no es encausada productivamente, terminará cobrando factura en el futuro.
En cuanto a las inversiones financieras los riesgos son similares: prolongadas tasas de interés en mínimos hacen artificialmente atractivos los activos financieros de países que ofrecen mayores rendimientos, inflando su valuación, provocando que cuando se decida regresar a la normalidad de tasas de interés en EUA, se desinflen estos activos al no empatar con los fundamentales del país.
La crisis actual como todas será temporal, pero su recuperación no será homogénea entre países ni entre sectores. Así, si economías como EUA logran salir de la crisis de forma más rápida que otras economías emergentes, la salida de estímulos evidenciará los desequilibrios que provocaron éstos trayendo sus consecuencias.