El flamante equipo económico merece el beneficio de la duda

Publicado 09.01.2017, 08:45 a.m

Hace sólo un par de días que el flamante equipo económico asumió en sus funciones por lo que es poco lo que sabemos respecto a las principales decisiones que ejecutará en los próximos meses. Ojalá le vaya muy bien, porque si así fuese, nos beneficiaríamos todos los argentinos. Por lo que se pudo escuchar, parecería que el equipo iniciaría su gestión con dos objetivos formidables y contundentes: a) austeridad fiscal, b) incrementos de competitividad vía reducción de costos laborales. En este contexto: ¿contará el gobierno con la audacia interna, el apoyo de la oposición y la convicción de una sociedad, tres aspectos ausentes en 2016? Si este fuese el caso, sería un bienvenido y sustancial cambio respecto a la gestión económica anterior y apuntaría claramente en la dirección correcta. Pero antes de continuar con el análisis quiero enfatizar un concepto que, para asegurar la estabilidad de largo plazo de las potenciales reformas, debería estar siempre presente: toda reestructuración de este tipo debe ser AUTOFINANCIABLE.

En enero del 2016 creí ingenuamente que así comenzaría la gestión de un oficialismo que aparentemente se hizo esperar un año. En este contexto, noto mucha incredulidad respecto a las iniciativas económicas del gobierno. El flamante equipo económico merece al menos, el beneficio de la duda y ojalá la realidad de este bendito país nos demuestre que lo prometido es ejecutable, pero para ello el oficialismo necesitará del apoyo de una oposición que demostró ser torpe y potencialmente destructiva con la reforma del Impuesto a las Ganancias y una sociedad argentina que se resiste permanentemente a asumir los costos que una restructuración óptima implique, como ejemplo, tenemos el fallido ajuste de tarifas.

En grandes términos, parte de lo prometido por el gobierno de una u otra forma, reduciría los ingresos del fisco incluyendo seguridad social. Para evitar incrementar el déficit fiscal existirían en principio tres alternativas. Primero, utilizar los ingresos extraordinarios del sinceramiento fiscal para cubrir la brecha, lo cual sería intertemporalmente inconsistente. Es cierto que el blanqueo también incrementó los ingresos permanentes dada la ampliación de la base imponible pero los mismos no parecerían ser suficientes para financiar la envergadura de los cambios que en principio se intentarían. Segundo, financiar la baja de ingresos fiscales mediante una mayor emisión de deuda externa, lo cual, a esta altura de los acontecimientos, comprometería la estabilidad de largo plazo y, por lo tanto, sería también intertemporalmente inconsistente. Tercero, toda reducción de ingresos fiscales debería matchear pari-passu con una correspondiente reducción de gasto fiscal. Claramente, la tercera opción es relativamente óptima desde el punto de vista económico, intertemporalmente sustentable, pero sumamente costosa desde lo político. El 2016 fue un año en donde el oficialismo se encargó de convencernos de que un cambio rápido y contundente era social y políticamente inaplicable entonces, ¿qué clase de cambios son los que actualmente se intentarían ejecutar?

Y aquí surge la pregunta que muchos ya se están haciendo: en un año salvajemente electoral como promete ser el 2017, ¿tendrá el oficialismo el espacio político como para encarar semejante reforma? Ojalá así sea, dado lo costoso que ha sido para el oficialismo implementar cambios estructurales concretos hasta el presente, se hace difícil imaginar un 2017 en donde de repente, dichas reformas sean factibles. Sin dudas, estas primeras ideas esbozadas por el nuevo equipo económico son correctas y bien orientadas en la medida que sean autofinanciables y no claudiquen ante una sociedad que votó cambio, pero no asume los costos que el mismo implica. Entonces, comienza un 2017 lleno de esperanza y dudas. BUENA SUERTE.

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