(Ricardo Salinas Pliego es Presidente y Mentor en Jefe de Grupo Salinas, que emplea a más de 80.000 personas en 10 países del continente americano. Sus opiniones son personales)
Por Ricardo B. Salinas
9 jul (Reuters) - "Cuando se introdujo la Prohibición, yo esperaba que fuera ampliamente apoyada por la opinión pública y que pronto llegaría el día en el que los efectos dañinos del alcohol serían reconocidos. Lamentablemente, me he dado cuenta que éste no ha sido el resultado. En cambio, el consumo de alcohol ha aumentado en general; el bar clandestino ha reemplazado a la taberna y ha aparecido un vasto ejército de transgresores de la ley. Muchos de nuestros mejores ciudadanos han ignorado abiertamente la Prohibición, el respeto por la ley ha disminuido y el crimen ha aumentado a un nivel nunca antes visto".
John D. Rockefeller Jr., carta a Nicholas M. Butler, 1932
¿APRENDIMOS ALGO DE LA PROHIBICIÓN?
La Prohibición de las bebidas alcohólicas en Estados Unidos fue un rotundo fracaso y por razones similares, la llamada Guerra Contra las Drogas es un fiasco. Cuarenta años después que Richard Nixon declaró esta guerra, el consumo de drogas se ha incrementado, la violencia alcanza niveles incontrolables y el Imperio de la Ley se ha colapsado en diversas regiones, especialmente en América Latina.
Nociones muy básicas de economía nos indican que cuando se ejerce una presión artificial sobre la oferta, los precios de un producto se incrementan junto con los márgenes, con lo que se crean los incentivos propicios para el desarrollo de la actividad criminal. Este error fundamental se cometió hace casi un siglo con la Prohibición que entró en vigor en enero de 1920 en EE.UU. Desde 1925, algunos observadores afirmaban que esta política, lejos de fomentar la seguridad de los ciudadanos, había creado extensas y peligrosas redes criminales.
En 1932, Franklin D. Roosevelt fue electo presidente de los Estados Unidos en parte debido a su promesa de campaña de terminar con la Ley Seca. Diversas personalidades que originalmente apoyaron esta política, como John D. Rockefeller Jr., terminaron combatiéndola ferozmente debido a sus efectos devastadores sobre la sociedad, la industria y la agricultura.
UN MUNDO CRIMINAL
Hoy vemos con claridad las terribles consecuencias de la Guerra Contra las Drogas. México paga con la sangre de sus ciudadanos un precio infame por una política dictada desde Washington que se ejerce con el apoyo de las Naciones Unidas: sólo en la última década, al menos 50,000 personas han muerto en mi país como resultado de esta guerra fallida.
En el Informe Global sobre Homicidios 2013 publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) se sugiere que la pobreza y la desigualdad son los factores más importantes para explicar el incremento en las tasas delictivas a través de América Latina. Curiosamente en África, una región mucho más pobre, los índices de criminalidad no se han incrementado y la UNODC no ofrece una explicación coherente de esta curiosa e inconveniente anomalía.
A pesar de una notable falta de autocrítica, el reporte ofrece información valiosa. Por ejemplo, en 2012, casi medio millón de personas fueron asesinadas a nivel mundial. Más de una tercera parte de estos homicidios ocurrieron en América Latina -en contraste, Europa representa sólo el 5% de estas víctimas--. En la mayor parte de las regiones del mundo la violencia decrece, no así en nuestro continente.
GUERRA CONTRA LAS DROGAS ES UNA GUERRA CONTRA AMÉRICA LATINA
Una gran parte de la violencia que arrasa con nuestra región es claramente producto de la Guerra contra las Drogas que ha mermado nuestros sistemas de justicia a lo largo de todo el continente al saturarlos de crímenes sin víctima, como la posesión o el consumo de narcóticos. Los Estados Unidos representan un ejemplo claro de esta terrible insensatez, al mantener una cuarta parte de la gente en prisión a nivel mundial, casi la mitad presa a causa de faltas relacionadas con narcóticos. Esta saturación irracional de los sistemas de justicia genera una impunidad rampante que desgarra el tejido social.
La UNODC correctamente apunta que existe una causalidad entre los niveles de impunidad y las tasas de homicidio a nivel mundial, un fenómeno que hoy resulta incontrolable en ciertas regiones de México y América Central. Debemos considerar que siete de las ocho regiones más peligrosas del mundo se ubican en la Ruta de la Cocaína hacia Estados Unidos.
Países como Honduras, Venezuela, Belice y El Salvador reportaron tasas de 90, 54, 45 y 41 homicidios por cada cien mil habitantes, respectivamente. Estos son niveles intolerables de violencia que devasta comunidades enteras. La incapacidad del estado de llevar a la mayor parte de los asesinos ante la justicia es un factor clave que explica esta violencia.
Esta brutal subversión del Imperio de la Ley corroe todo a su paso. Por otro lado, la Guerra contra las Drogas se sostiene por una lógica circular, donde el nefasto daño que genera se atribuye hipócritamente a los narcóticos. Este argumento falaz, que pretende dar justificación a esta política, genera una violencia interminable.
NOS URGE UN CAMBIO
Han transcurrido más de cuatro décadas desde que se declaró la Guerra contra las Drogas en Washington. México acata ciegamente esta política que sólo genera violencia, desgarrando irremediablemente el tejido social. ¿Cuánta destrucción adicional necesitamos ver antes de convencernos?
Las fuerzas económicas en juego son insuperables. Se trata de una industria con ingresos por decenas de miles de millones de dólares que corrompe todo a su paso, devastando el orden social y el Imperio de la Ley. Esta política sólo implica que el estado renuncie a su derecho de regular los narcóticos, dejando el ejercicio de esta actividad fundamental a los capos de la droga.
La Guerra contra las Drogas destroza nuestro hemisferio. Muchos lo saben, pero muy pocos levantan la voz para decir lo que es obvio: debemos legalizar y regular las drogas, empezando con la Cannabis. Consideremos que las campañas para prevenir el consumo del tabaco, un producto mucho más adictivo que la Cannabis, han sido muy exitosas.
Reasignemos nuestros recursos -tan escasos en América Latina- hacia la rehabilitación y la educación, para enfatizar los peligros del abuso de substancias y así confrontar directamente este problema de salud pública.
Liberemos nuestros sistemas de justicia, para que puedan enfocarse en garantizar la seguridad de las personas, los derechos de propiedad y para que sean capaces de combatir eficazmente los delitos que más lastiman a la sociedad -especialmente aquellos que conllevan violencia en contra de las personas--. De esta forma, gradualmente, podremos restablecer el Imperio de la Ley en el que se sustenta nuestro bienestar.
Hace varias décadas, las Naciones Unidas se comprometieron a lograr un "Mundo sin Drogas". Hoy estamos más lejos que nunca de alcanzar esa promesa. Mucha más gente muere como resultado de esta política que a causa del consumo de narcóticos. Seamos claros: la Guerra contra las Drogas es un fracaso.