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REPORTE ESPECIAL-Abandonar Venezuela en una caravana de la miseria

Publicado 02.03.2018, 09:12 a.m
REPORTE ESPECIAL-Abandonar Venezuela en una caravana de la miseria
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Por Alexandra Ulmer

EN LA CARRETERA, Venezuela, mar 2 (Reuters) - Poco despuésdel amanecer, decenas de venezolanos se reunieron en la oscuraestación de autobuses de Caracas. Cada uno llevaba una maletagrande, mantas, papel higiénico, pan y botellas con agua.

Esposas llorando, niños confundidos y padres ancianos losabrazaban una y otra vez hasta que llegó el momento de revisarlos boletos y pesar los equipajes, y luego se quedaron horasesperando que el autobús partiera. Cuando se puso en marcha, lospasajeros miraron a sus seres queridos, golpeando las ventanas ylanzando besos, mientras salían de la deteriorada capital.

A bordo del autobús, el desarrollador web Tony Alonzo dijoque había vendido su guitarra de la adolescencia para ayudar apagar su boleto a Chile. Durante meses se fue a la cama conhambre para que su hermano de 5 años pudiera cenar algo.

Otra pasajera, Natacha Rodríguez, operadora de maquinaria,fue asaltada a punta de pistola tres veces el añopasado. También iba a Chile con la esperanza de darle una vidamejor a su hijo, amante del béisbol.

Roger Chirinos, sentado en el autobús, dejó atrás a suesposa y dos hijos pequeños para buscar trabajo en Ecuador. Sucompañía de publicidad llegó a un final particularmente amargo:manifestantes derribaron sus vallas publicitarias para usarlascomo barricadas durante las violentas protestas contra elpresidente Nicolás Maduro.

El autobús de Alonzo, Rodríguez y Chirinos, entre otros,cuenta la historia de una nación que alguna vez fue rica peroahora va en picada y empuja a cientos de personas a huir adiario de una tierra donde el miedo y la necesidad se volvieronalgo cotidiano.

Cuando despuntan los primeros rayos de sol sobre Caracas, yahay personas hambrientas hurgando la basura y niños mendigandofrente a las panaderías. Al anochecer, muchos venezolanos seencierran en sus casas para evitar asaltos y secuestros. En unpaís con las mayores reservas probadas de crudo del mundo,familias cocinan con leña porque no pueden conseguir gas.

Los hospitales carecen de suministros tan básicos comodesinfectantes. La comida es tan escasa y costosa que elvenezolano promedio perdió unos 11,4 kilos en el 2017.

"Yo siento que es un mal irreversible en Venezuela", dijoChirinos.

Muchos culpan del precipitoso declive del país al gobiernodel presidente Maduro, quien ha consolidado su poder mientras seaferra a políticas estatistas que han estrangulado la economía.Su gobierno dice que enfrenta una conspiración, encabezada porEstados Unidos para sabotear a la izquierda en América Latina,al acaparar productos y avivar la inflación.

Más pobres cada día, cientos de miles de venezolanos hanllegado a la conclusión de que dejar el país es su única opción.

Con la moneda muy devaluada y los viajes aéreos al alcancesólo de la elite, los autobuses se han convertido en caravanasde miseria, rodando día y noche hacia las fronteras de Venezuelay volviendo casi siempre vacíos para repetir el largo viaje.

Los 37 pasajeros que se marcharon ese día lo habían empeñadotodo, desde motocicletas y televisores hasta alianzas de boda,para pagar por su viaje. La mayoría nunca había estado fuera deVenezuela antes.

Durante nueve días, una reportera y un fotógrafo de Reutersacompañaron a los emigrantes en su camino a lo que esperabanfueran mejores días en Ecuador, Perú, Chile y Argentina.

Durante casi 8.000 kilómetros, el autobús recorrió algunosde los paisajes más espectaculares de América del Sur, incluidala escarpada cordillera de los Andes y el desierto más seco delmundo, en Chile.

Aunque los emigrantes estaban impresionados por la vista quepasaba por sus ventanas, sus mentes estaban en la tierra quedejaron atrás y en la incertidumbre que les esperaba en susdestinos.

DE CARACAS A CONCÓN

Un pesado silencio cayó sobre el autobús al dejar laterminal de Rutas de América. Taciturnos, los pasajeros mandabanmensajes de texto a sus familias o miraban por la ventanamientras el vehículo pasaba cerca de árboles de mango, fábricascerradas y murales desmoronados del difunto líder Hugo Chávez.

Natacha Rodríguez, la operadora de maquinaria, había estadocorriendo con la adrenalina al máximo para empacar, vender sutelevisor y su lavadora, y soportó largas filas para poner enorden sus documentos. Ahora, en este día de noviembre, estaba alborde del agotamiento e intentaba acomodarse en su asiento.

Esta madre soltera de 29 años, viajaba con su hijo de 12años, David, su hermana Alejandra y un amigo de la familia,Adrián Naveda, a lo que ella cree será una vida tranquila. Elgrupo se dirigía a Concón, Chile, un balneario donde losexpatriados venezolanos les aseguraron que había mucho trabajo.

Rodríguez dijo que tenía esperanzas de que la juventud deVenezuela pudiera provocar un cambio. Al igual que muchos de suscompatriotas, salió a las calles para protestar contra Maduro elaño pasado, solo para quedar desconsolada cuando el mandatarioconsolidó su autoridad.

El miedo se sumó a la desesperanza de Rodríguez: su historiade tres robos a mano armada es familiar en un país plagado porlas drogas y las pandillas. Con la inflación consumiendorápidamente su salario, la ya menuda Rodríguez perdió casi seiskilos por dejar de consumir frutas y bebidas gaseosas para quesu hijo David no pasara hambre. Sabía que tenía que actuar.

"Tú te acuestas y estás pensando en que vas a comer al otrodía", dijo Rodríguez. "Yo no me quería ir, pero la situación meobliga".

Nunca había salido del país, y apenas estaba asimilando laenormidad de lo que intentaba hacer. En los días siguientesvisitaría cuatro nuevos países, cruzaría la línea del Ecuador yvería el Océano Pacífico por primera vez. Pero no podía dejar depensar en lo lejos que había viajado de su amado hogar.

"LUCHANDO CON LA CORRIENTE EN CONTRA"

Los venezolanos eligieron a Chávez en 1998 con el mandato deluchar contra la desigualdad. Un carismático ex tenientecoronel, Chávez transformó el país durante sus 14 años en elpoder, transfiriendo millonarios ingresos del petróleo apopulares programas de subsidios sociales.

Pero también nacionalizó grandes áreas de la economía einstauró estrictos controles monetarios, una intromisión estatalque los economistas dicen es la raíz de la crisis actual.

Alguna vez un imán para los inmigrantes europeos y del MedioOriente durante el auge petrolero de la década de 1970,Venezuela ahora exporta a su gente además de petróleo.

Asustados por Chávez, una primera ola de ingenieros,doctores y otros profesionales comenzaron a partir hacia EstadosUnidos, Canadá y Europa a principios de la década de 2000. Lamayoría recibió cálidas bienvenidas en sus hogares adoptivos,muchos de ellos con sus ahorros intactos.

Ahora, venezolanos devastados económicamente y con menosformación profesional están inundando Sudamérica en unafrenética búsqueda de trabajo en restaurantes, tiendas, centrosde llamadas y en el sector de la construcción.

Algunos viajan hasta donde alcanzan sus ahorros: un boletode ida a la vecina Colombia desde Caracas cuesta el equivalentea unos 15 dólares, la tarifa para ir a Chile o Argentina puedellegar a los 350 dólares, una pequeña fortuna para muchos enVenezuela. Y la inflación encarece el viaje cada día que pasa.

El Gobierno venezolano no publica estadísticas sobre laemigración. Pero el sociólogo Tomás Páez, un especialista en eltema de la Universidad Central de Venezuela, estima que unos 3millones de personas han salido del país en las últimas dosdécadas y que casi la mitad de ellos se ha ido en los últimosdos años, en una de las migraciones masivas más grandes que elcontinente haya visto.

Maduro asegura que sus enemigos exageran la dimensión deléxodo.

La vecina Colombia ha recibido la mayor parte de losemigrantes venezolanos, aunque Argentina, Chile y Perú tambiénhan registrado una gran afluencia.

En contraste con los refugiados que huyen de Siria, Myanmary el norte de África, quienes se han encontrado con la violenciay la resistencia, los venezolanos se mueven fácilmente a travésde las fronteras terrestres con visas de turistas.

Pero las tensiones están aumentando a medida que elcreciente número de migrantes presiona los recursos de lospaíses en desarrollo de la región, que tienen sus propiosproblemas con la pobreza y la delincuencia.

Carmen Larrea tiene un asiento de primera fila en el éxodo.Es la dueña de Rutas de América, una pequeña firma de autobusescon sede en Caracas, fundada hace casi 50 años para transportara peruanos y ecuatorianos a Venezuela en busca de trabajo.

A los 75 años, Larrea ha vivido lo suficiente para ver ungiro completo de las cosas. Ahora sobrevive de los venezolanosque salen del país.

La terminal de Larrea tiene a docenas de personas haciendocola diariamente para comprar boletos. Muchos deben regresarvarias veces para pagar en cuotas los billetes. Los límitesdiarios de retiro en las tarjetas de débito ya no logran seguirel ritmo de los precios. Los lectores de tarjetas suelenfallar.

La demanda de boletos para viajar al exterior se ha casiduplicado en los últimos seis meses, dijo Larrea. Alrededor de800 venezolanos salen cada mes del país tan solo en los pocosautobuses de su compañía.

Pero los altos precios de las piezas de repuesto y la caídadel bolívar han mermado sus ganancias, dijo Larrea. Y aunque losautobuses Rutas de América salen de Caracas repletos de gente, amenudo regresan vacíos, lo que no favorece su negocio.

"Estamos luchando con la corriente en contra", dijo.

"NO SE HABLA MAL DE CHÁVEZ"

Al amanecer, el autobús llegó a San Antonio del Táchira, unpueblo venezolano colmado de basura cerca de la frontera conColombia. La frontera es un salvavidas para los venezolanosdesesperados: cruzan a diario para vender productos como licor,cobre, incluso su propio cabello, a menudo ganando más dinero enun día en Colombia que en un mes en su país.

Maduro ha aumentado la seguridad en la frontera en unintento por frenar el contrabando. Los pasajeros del autobúsfueron forzados a descender y pasar por media docena de puestosde control a pie, luchando por transportar maletas, mochilas,mantas, comida y botellas de agua bajo el ardiente sol.

Caminando hacia el estrecho Puente Internacional SimónBolívar, que une a Venezuela con Colombia, pasaron bajo un granletrero del gobierno que decía: "No se habla mal de Chávez".

El cruce tardó cinco horas, en parte porque las computadorasde la oficina de migración venezolana colapsaron. La aprensiónde los viajeros creció cuando los soldados venezolanos,conocidos por extorsionar a los que cruzan, registraron susmaletas varias veces.

El pasajero Chirinos, el publicista, llevaba 200 dólares enmoneda estadounidense, una valiosa protección contra lainflación. Un soldado de la Guardia Nacional exigió la mitadpara dejarlo pasar con una vieja consola de videojuegos dePlaystation considerada como contrabando. Chirinos entregó unbillete de 20 dólares para zanjar la situación.

"Nuestra propia gente nos roba", dijo Chirinos más tarde,relatando la humillación. Las Fuerzas Armadas no respondieron auna solicitud de comentarios.

Hace solo unos años, Chirinos, de 34 años, pertenecía a laclase media. Boxeó en un gimnasio y derrochó en vacaciones,incluido un viaje a Río de Janeiro en 2014 con su esposa.

Pero a medida que la crisis empeoraba, incluso las pequeñasindulgencias, como boletos para el cine, quedaron fuera de sualcance. Chirinos redujo su propia ingesta de alimentos paraasegurarse de que sus dos hijos tuvieran suficiente para comer.Comenzó a orar diariamente para que sus hijos nunca seenfermaran porque no había medicina para tratarlos.

El golpe de gracia ocurrió durante las protestas del añopasado contra el Gobierno, cuando los manifestantes en lasafueras de la capital derribaron las vallas publicitarias de sucompañía para protegerse y usarlas como barricadas contra lossoldados de la Guardia Nacional. La empresa que sus padreshabían fundado en la década de 1970 estaba casi perdida. Varios pasajeros a su alrededor lloraron mientras escuchabansu historia. Chirinos, un hombre atlético con la cabeza rapada yperilla, se mantuvo con cara de piedra. "No tengo tiempo para rencores", dijo. "Lo que siento es unatristeza tremenda".

"HAY QUE SER FUERTE Y SEGUIR"

Una vez cruzada la frontera en la bulliciosa ciudadcolombiana de Cúcuta, los testigos de Jehová, los vendedores ylos timadores de toda clase rodean a los abrumados emigrantes.Las calles de Cúcuta ya estaban llenas de venezolanos pobres,algunos dormían en parques y lavaban sus ropas en arroyos porqueno tenían dinero para viajar más lejos. Los pasajeros del autobús compraron inmediatamente pesoscolombianos en casas de cambio llenas de gente, donde fajos deinútiles billetes venezolanos salían volando de las máquinascontadoras de dinero.

El bolívar ha perdido alrededor de un 98 por ciento de suvalor frente al dólar en el último año. O sea, el equivalente100 dólares en moneda local de hace un año ahora solo vale 2.

Pesos en mano, los emigrantes abordaron un nuevo autobúsRutas de América que los esperaba en Cúcuta. El vehículo subióhacia las neblinosas montañas colombianas. Por la ventana, sedivisaban agricultores en sus tradicionales ponchos andinos,cuidando sus rebaños.

Al cruzar la ciudad de Bucaramanga, el pasajero AdriánNaveda, que trabajaba en Caracas en una tienda de baterías deautomóviles, se enteró por un mensaje de texto que su bisabuelahabía muerto. El joven de 23 años sintió el impulso de regresar.Pero sabía que el resto de su familia dependía de él para enviardinero, una vez que llegara a Chile y encontrara empleo.

"Hay que ser fuerte y seguir", dijo Naveda.

Puede que sea fácil para los venezolanos ingresar a otrospaíses de América Latina con visas temporales de turistas, peroalgunos batallan para conseguir empleo y permisos de trabajo.Los que no lo consiguen a menudo vuelven a la carretera paraprobar suerte en otro país. En Estados Unidos, los venezolanosahora encabezan las solicitudes mensuales de asilo.

Otros se ven obligados a regresar a Venezuela, quebrados yangustiados. Maduro advirtió a los venezolanos que la vida enlas sociedades "capitalistas" es dura.

"A los seis meses los veo de regreso aquí en Venezuela",dijo el presidente en un reciente discurso televisado.

Mientras tanto, su gobierno se beneficia de las remesas delos emigrantes que están ayudando a apuntalar la economía deVenezuela y mantener a raya los disturbios en la nación de 30millones de habitantes.

El Gobierno no divulga las cifras de remesas, pero el grupode expertos del Diálogo Interamericano calculó que el año pasadollegaron a Venezuela unos 2.000 millones de dólares deciudadanos que trabajan en el exterior.

Otros latinoamericanos han simpatizado con los venezolanos.Los chilenos, por ejemplo, señalan que Venezuela recibió a milesde sus compatriotas exiliados durante la dictadura de AugustoPinochet en la década de 1970.

Pero la afluencia está avivando tensiones con algunostrabajadores que ven a los venezolanos como rivales. Los mediosde comunicación cada vez publican más reportajes sobrevenezolanos cometiendo crímenes.

En Brasil, los venezolanos ya viven en refugios en lafronteriza Boa Vista. En Colombia, el gobierno dice que haatendido a más de 24.000 venezolanos por emergencias médicas.

Pero las autoridades colombianas expulsaron en enero a másde 200 venezolanos de un campo de atletismo en Cúcuta. Brasil yColombia reforzaron sus fronteras en febrero, mientras lidiabancon la afluencia de venezolanos.

A pesar de las dificultades para comenzar de nuevo, casitodos los venezolanos en el autobús aseguraron que planeabanayudar a familiares a "sacarlos", como la mayoría dice ahora.

"¡ES UN NUEVO MUNDO!"

El autobús continuó y se detuvo al tercer día de viaje enel departamento colombiano de Cauca para permitir que losvenezolanos se ducharan y comieran. La semana previa, cientos devenezolanos se habían quedado varados varios días en esa mismaregión, donde manifestantes indígenas colombianos bloquearon lacarretera para exigir mejores condiciones de vida al gobierno.

Milena Ramos, que trabaja en una tienda junto la carretera,recordó la impotencia de los venezolanos abandonados.

"Algunos durmieron en el bus, otros en el piso. La gente dela zona les llevó comida y agua. Estaban graves", dijo Ramos.

Calculó que cada día al menos ocho autobuses llenos devenezolanos se paran en ese punto de la ruta.

Justo antes de las 2 de la madrugada del cuarto día delviaje, el autobús llegó a la fría ciudad colombiana de Ipiales,cerca de la frontera ecuatoriana, a 2.898 metros de altura enlos Andes. Los temblorosos venezolanos, casi todos sin abrigos,se formaron en la oscuridad para sellar sus pasaportes. Variosautobuses más se detuvieron, descargando a más compatriotas.

Mientras cruzaban hacia Ecuador, los venezolanos les dijerona los agentes fronterizos que eran turistas. Los funcionarios,con rostro de aburridos, estamparon sus documentos y loshicieron pasar. Cualquiera que sea rechazado espera al siguienteturno de funcionarios para intentar cruzar, según dijeronvendedores ambulantes y gestores a Reuters.

A medida que el autobús avanzaba, los venezolanosexpresaron asombro ante lo que veían desde sus ventanas: vacasgordas, semáforos funcionando, estantes de tiendas completamentesurtidos, grandes campos de maíz y café. La gente,despreocupada, llevaba joyas de oro por las calles.

"¡Es un mundo nuevo!", exclamó Josmer Rivas, de 7 años. Ensu casa, el niño a veces faltaba a la escuela porque su familiano podía pagar unos pocos centavos de dólar por el transporte.

En la capital ecuatoriana, Quito, donde el publicistaChirinos desembarcó y se dirigió directamente a la casa deamigos venezolanos que lo iban a recibir, Josmer estaba tanemocionado de hallar un jabón en el baño que insistió enrepartirlo entre todos.

Aun así, el estado de ánimo en el autobús a menudo erapesado, especialmente entre los padres que aprovechaban lasparadas para llamar a sus niños que se habían quedado en casa.Algunos emigrantes tenían los tobillos hinchados o la espaldaadolorida después de varios días en la carretera. Otros estabancansados ​​de comer pan blanco y otros alimentos básicos.

Para Rodríguez, la madre soltera, la comida caliente en lasparadas de descanso era un lujo que derrochó por su hijo, David.Al principio, el niño estaba emocionado por el viaje, pensandoque era una especie de vacación. Pero a medida que el viaje seprolongó, se cansó y vomitó una noche en las serpenteantescarreteras montañosas de Colombia. Se preguntó por qué no habíantomado un avión.

Aunque muchos padres venezolanos confían sus hijos a susparientes y los mandan a buscar una vez que se establecen,Rodríguez dijo que no podía arriesgarse.

"¿Y si limitan la salida de Venezuela, o la entrada a otrospaíses, o todo se pone más costoso y no puedo sacarlo? No iba aestar tranquila si me iba y lo dejaba", confesó.

Cuando a última hora de la tarde el autobús llegó aGuayaquil, la última parada en la línea Rutas de América, elpequeño Josmer Rivas saltó a los brazos de su emocionado padre,que había emigrado a Ecuador cuatro meses antes.

El cuarteto de Rodríguez y algunos otros subieron a unautobús a la medianoche para continuar su viaje hacia el sur, aChile, algunos llevando latas de atún y galletas que les habíandado aquellos que ya habían desembarcado.

Una vez más, los autobuses estaban llenos en su mayoría devenezolanos, fácilmente reconocibles por sus abultadas bolsas ybotellas de agua, aunque ahora se codeaban con algunos jóvenesmochileros llenos de mugre.

El viaje a través de Perú transcurrió sin incidentes,marcado por las vistas del Océano Pacífico y películas de acciónde Hollywood que se veían en pantallas de video colgadas deltecho del autobús.

Pero hubo algunos sobresaltos en el cruce hacia Chile, unade las naciones más estables y prósperas de América Latina. Lapolicía interrogó bruscamente a los venezolanos.

"¿Cuánta plata tienes?", preguntó un oficial a Rodríguez.¿Sabes que Chile es un país caro? ¿Sabes que hay venezolanosdurmiendo bajo puentes? ¿Tú y tu hijo van a dormir debajo unpuente?".

Rodríguez, sin ponerse nerviosa, respondió que tenía unlugar donde quedarse y dinero suficiente para vivir.

Ella y el resto del grupo finalmente fueron admitidos enChile. Sonrientes, se abrazaron rápidamente antes de emprenderotro viaje en autobús a Santiago, casi 2.000 kilómetros al sur.

Alonzo, el desarrollador web que iba a Chile, no tuvo tantasuerte. Se había quedado unos días en Perú para pasar tiempo conun primo. Al llegar al mismo cruce fronterizo pocos días despuésde Rodríguez, la policía chilena le negó la entrada.

EMPEZANDO DE NUEVO

Fue el último de una serie de reveses para Alonzo, quienhabía estado tratando de salir de Venezuela por dos años. Suviaje se había frustrado dos veces, después de que se vioobligado a usar sus ahorros para pagar cuentas médicas, primeropor un problema pulmonar y después para arreglarse una muela.

Cuando el joven de 26 años finalmente se fue de Venezuela,solo tenía 230 dólares en su bolsillo, reunidos con préstamos dealgunos amigos y con la venta de sus posesiones más queridas.

"Vendí mi guitarra que tengo desde que tengo 16 años, vendími computadora, vendí mi cama", dijo Alonzo.

Esperaba que su habilidad para programar le sirviera enChile, un centro de tecnología. Pero después de que fuerechazado en la frontera, Alonzo no tuvo más remedio queregresar al departamento de su primo en Lima.

A Chirinos y Rodríguez les fue mejor y obtuvieronrápidamente trabajos y documentos.

Chirinos ya alquiló un departamento en Quito y trabaja seisdías a la semana en una compañía de diseño gráfico y publicidad.Pasa el poco tiempo libre que tiene con viejos amigos deVenezuela.

Un hombre de familia hasta los huesos, Chirinos dice que sesiente incompleto sin su esposa, su hijo de nueve años y su hijapequeña y quiere traerlos lo antes posible.

"Le tengo terror a lo que está sucediendo en Venezuela y noquiero que mis hijos se críen en ese ambiente tan espeso ynegativo", dijo Chirinos, cuya familia está sobreviviendo con eldinero que envía.

En Chile, Rodríguez atiende mesas en un concurridorestaurante frente al mar, popular entre los turistas.

Al principio durmió en el suelo en un departamento de doshabitaciones abarrotado de venezolanos. Ahora duerme en unahabitación con David porque su hermana y amiga, Naveda, se mudóa su propio departamento, dejando espacio libre en el otrolugar.

A Rodríguez le encantan los placeres más simples: caminarsola a una fiesta nocturna, encontrar jabón en las farmacias.Estaba especialmente entusiasmada con la idea de comprarle a suhijo una bicicleta para Navidad.

David adora su nuevo hogar. Rápidamente hizo amigos, todoschilenos, y cambió el béisbol -un deporte importante enVenezuela- por el fútbol en una cancha cerca de su casa. Fotosenviadas desde el teléfono celular de Rodríguez, muestran alniño sonriendo sobre su bicicleta de montaña negra. En otra estáen un McDonald's a punto de comerse una hamburguesa.

Rodríguez, mientras tanto, recibe noticias de Venezuela desu madre y sus hermanos. Las muchedumbres hambrientas han estadosaqueando tiendas a medida que la escasez y la inflaciónempeoran. Maduro acaba de anunciar que se presentará a lareelección. Dado que los dos principales líderes de la oposiciónestán inhabilitados para candidatearse, es probable que elimpopular presidente logre en mayo otro mandato de seis años.

En Chile, Rodríguez ha encontrado la tranquilidad que tantoanhelaba. Aun así, no puede dejar de pensar en Venezuela.

"Todos los días me pregunto: ¿cuánto tiempo va a pasar hastaque pueda regresar?", dijo. (Traducido por Vivian Sequera. Editado por Pablo Garibian)

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