Hoy me ha preguntado el primo de mi vecino (no va con segunda intención...) si de vez en cuando convenía pararse a afilar nuestro hacha en el trading, para mejorarlo, tomar un nuevo impulso, y operar de un modo mejor, más certero y eficaz.
Lleva tiempo operando en el broker que le recomendé, y comenzó con muy buenos resultados, pero se dejó cegar por la ambición de supuestas ganancias rápidas, por la avaricia con que le tentaba el exceso de mercados y por el ego con el que se empapó tras "acertar" en su planteamiento varias veces seguidas,y alteró un poco su forma de operar y de sentir (su actitud) y ahora entiende que igual necesita volver a encontrar ese foco, afilar de nuevo su visión y su actuación.
Como yo y mucha gente ya hemos pasado por ésto, le explico de nuevo que, a menudo, en la vida y en el trading, cometemos el error de malgastar fuerzas y energías en proyectos, vivencias u operaciones que acaban saliendo mal por un enfoque inicial, o por una clara distorsión de la perspectiva real de lo que hemos de hacer.
Empleamos esfuerzo físico y mental, demasiado tiempo y demasiado dinero, pero nunca terminamos de dar en el blanco.Nadie puede decir que no es porque pequemos de perezosos, o porque no nos empeñemos con tesón en conseguir edificar nuestro proyecto, en levantar el palacio de nuestros sueños... pero vemos que de nada o de casi nada sirven ese derroche de trabajo y dedicación...
Hace falta algo más. Para ser un buen tirador, un buen operador, no basta con ponerse a disparar un día tras otro, en sudar delante de la diana o en dejar pasar las horas viendo cambiar de color las velas en el gráfico.
Hay que centrar el tiro. Detenerse si es preciso, entender que como decía aquel anuncio, la fuerza sin control no sirve para nada. Buscar dentro de nuestro engranaje mental qué mecanismo necesitamos ajustar, qué creencia debemos eliminar y qué sentimiento (miedo, ego, impaciencia, ansiedad, avaricia...) nos está desviando la bala de nuestro premio una y otra vez.
En la vida, y en los mercados, no ganan siempre los más fuertes, los que golpean con más fuerza, sino los que saben dosificar sus fuerzas, los que saben levantarse...
Todo es más sencillo y menos complejo de lo que queremos entender, y no podemos escudarnos en dicha supuesta complejidad para exculparnos de nuestros errores o fracasos: si hay otros que lo han conseguido, tú también puedes, si lo lograste en un pasado, también puedes volver a hacerlo...
Descubre qué es lo que falla y hasta entonces, no malgastes fuerzas... Eso me he permitido hacer muchas,muchas veces. Pararme a pensar por qué motivo no soy capaz de derribar los árboles, de hacerlo bien... y he parado de llenar de leña la caldera de la locomotora sin motivo, hasta tratar de darme cuenta de cuándo y dónde es preciso cargar el depósito, pero sin malgastar nunca inútilmente mi combustible mental y físico. Dosificar las operaciones, escoger las oportunidades más claras, focalizarnos en pocos mercados, buscar o cambiar el broker que se adapte a nuestro modo de operar, potenciar de nuevo las cosas que hacemos bien y limar los comportamientos erróneos...
Y le he recordado al bueno del primo de mi vecino un viejo cuento que viene bien al caso, y que seguro que a más de uno le podrá servir en su vida y en su operativa:
Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en un aserradero. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; por lo tanto, el leñador se decidió practicar toda su experiencia.
El primer día al presentarse al capataz, éste le dio un hacha y le designó una zona de trabajo. El hombre, entusiasmado, salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito, le dijo el capataz; sigue así.
Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca, de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano.
Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo corto diez.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender que le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día.
Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo:
-Señor, no sé que me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo.
El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó:
-¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?
-¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi hacha, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles.
Siguiendo los consejos del capataz, el leñador, entre árbol y árbol, empezó a tomarse su tiempo para afilar el hacha; de esa manera pudo duplicar la tala de árboles.
Creo que sobran las palabras, y ahora toca a cada uno reflexionar sobre qué parte de su operativa precisa ser afilada, entendiendo que pararse a hacer dicha reflexión no supone una pérdida de tiempo, sino todo lo contrario, algo necesario para no pararse y poder ir de nuevo más rápido.
Hay que seguir viviendo y operando y levantándose convencido y dispuesto a seguir cortando árboles y vendiendo y comprando...pero sin dejar nunca de comprobar el filo de tu hacha.
Y luego, seguir haciendo éso al día siguiente, y el resto de las horas, y las de después, y las otras...