Con cerca de 900.000 infectados y más de 42.000 muertes en todo el mundo, el coronavirus sigue avanzando de forma imparable.
Mientras no paramos de escuchar que estamos en los momentos más duros, también nos advierten que las dos próximas semanas serán claves para intentar poner coto al incremento sin control de la epidemia y, al mismo tiempo, nos lanzan la perla de que, “con toda la prudencia del mundo” (insisten) podríamos estar llegando a lo que coloquialmente llamamos el pico de la curva.
Cada vez son más las voces que ponen en entredicho las cifras ‘oficiales’ que van lanzando países como Italia, España o Estados Unidos. En el fondo, todos creemos que ningún país está recogiendo por completo las cifras de infectados.
Un sentimiento entre descontrol y una especie de tomadura de pelo invade a los ciudadanos, porque entre noticias varias de test para detectar el coronavirus que no llegan, que las pruebas que llegan no son fiables, vacunas que parecen milagro que después no lo son tanto (o tardarán en serlo), etc… hacen que la población no sepa qué hacer: si fortalecerse ante el mayor reto social hasta el momento, no salir de casa, o lanzarse a las ventanas cacerola en mano para exigir responsabilidades desde ya. En muchos casos, están haciendo ambas cosas.
Mientras, va tomando forma el rumor de que China habría mentido en sus cifras oficiales, tanto de infectados como de muertos –investigación estadounidense incluida-, y a juzgar por los datos que tenemos en Europa y Estados Unidos, que ya superan desde hace días al gigante asiático, es evidente que las cifras no concuerdan. Y todavía queda lo peor.
Leo también un comentario de una gestora que se hace eco de que “China habría puesto en aislamiento un condado de 640.000 habitantes ante lo que podría ser una segunda ola de contagios por casos asintomáticos, y a pesar de haber declarado la epidemia oficialmente controlada el pasado 19 de marzo”.
Mientras aguanto en aislamiento desde hace 3 semanas como el más común de los mortales, una no sabe si encender o no la televisión, aunque mi profesión me mantiene informada desde que me levanto a las 6 y media de la mañana hasta que logro conciliar el sueño, más allá en muchos casos de la 1 de la madrugada.
Pienso en esta crisis sanitaria como uno de los mayores retos de la Humanidad, tanto a nivel social, como sanitario y, sobre todo, económico. Y creo que los ciudadanos somos conscientes desde hace tiempo de que esto no es cosa de dos días, ni de dos semanas (aunque los Gobiernos se empeñen en dar las malas noticias de 15 días en 15 días), ni de dos meses.
Va a llevar mucho tiempo, esfuerzo y dinero controlar esta pandemia. Los expertos recomiendan cautela en las inversiones, como si los inversores no supieran ya que deben andarse con ojo (a los que operan en corto no les digo nada, que ya saben cuidarse solos).
La recesión está a la vuelta de la esquina. Lo sabemos. Lo vamos viendo cada día en los datos macroeconómicos de actividades industrial, empleo, etc. E, insisto, todavía queda lo peor.
Mientras los bancos centrales inundan de dinero el sistema, los gobiernos van reaccionando cuando ven que el virus está ya encima. Lo hemos estado viendo en líderes como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump; el primer ministro británico, Boris Johnson, o el el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Lo que era un "resfriadillo" hasta hace unos días, ahora se ha convertido en el mayor reto de la civilización.
Mientras, en Europa sobran los tejemanejes diarios entre los países del Norte y los del Sur y faltan medidas efectivas y contundentes que demuestren que la Unión Europea se llama así por algo. Porque ahora hay de todo menos 'unión'.
A nivel individual, nos estamos preparando para responder de la mejor manera posible a lo que ya está considerada la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Si los poderes políticos dudaban de nuestra responsabilidad, estarían insultando nuestra inteligencia.
Ahora bien: ¿Creen que los gobiernos están también preparados? Yo creo que no.