Cinco décadas después y con un oro desmonetizado, el precio de este sigue constituyendo el mejor “termómetro” de la devaluación del dinero.
Para entender por qué esto es así debemos recordar que el oro no fue impuesto, sino elegido de manera espontánea por los participantes en el mercado como la mejor forma de dinero. Esto ha ocurrido tanto en los mismos sitios en diferentes momentos, como al mismo tiempo en distintos lugares a lo largo de la historia.
Dinero es aquella mercancía que en un lugar y momento determinados juega el rol de intermediario general en los intercambios comerciales. Debido a ello mercancías tan diversas como la sal, el ganado, las conchas de mar, los granos de cacao y hasta las hojas de té, entre muchas otras, han fungido como tal.
Sin embargo, hay un producto que en todos los casos ha sido siempre el destino final de este continuo proceso de discriminación entre mercancías que ocupan el rol de intermediario general: el oro.
No fue ningún gobernante, ninguna ley o decreto lo que por decisión unilateral impuso al oro como: reitero, fue un proceso espontáneo de mercado el que propició que los propios comerciantes lo coronaran en el trono monetario.
Por sus características físicas -como su maleabilidad, la posibilidad de estandarizarlo y dividirlo en partes idénticas, su incorruptibilidad y brillo- resultó ser siempre la mejor mercancía para tan importante rol-. Eso, sin mencionar el misticismo que siempre ha rodeado la relación entre los seres humanos y el oro desde tiempos inmemoriales.
No hay por ello ninguna otra mercancía más valiosa para las personas, que el rey de los metales.
Esto queda demostrado también objetivamente al observar que el oro es la mercancía con la relación más alta entre existencias y producción, lo que se conoce como la ratio (razón) “stock to flow”.
Esta proporción nos ayuda a saber cuánta oferta adicional de una mercancía ingresa al mercado cada año respecto de los inventarios existentes. Cuanto mayor sea la relación “stock to flow” menor cantidad de nueva oferta ingresará al mercado en relación con la oferta total.
Dicho con otras palabras: cada día hay más y más oro sobre la superficie de la Tierra.
Debido a su gran valor y propiedades físicas, el oro no se tira, no se quema ni se consume, por lo que sus existencias (inventarios) van siempre en aumento. Cada gramo de oro que se produce pasa a acumularse básicamente en alguna de estas tres formas: como joyería, medalla, moneda o lingote.
Esto tira por la borda la creencia de que el oro es valioso porque es “escaso”, pues en realidad es muy abundante, pero a pesar de ello, hay siempre un todavía mayor e insaciable apetito de las personas por poseerlo.
El “hambre” de oro no conoce límites, como tampoco suele haberlos a la cantidad de dinero que una persona quiere tener. No importa cuánto oro haya, siempre es insuficiente en términos de su demanda.
Con la explicación anterior podrá entenderse mejor cómo y por qué el oro fue elegido como el “rey” de los dineros, pero también, por qué por las mismas razones hoy en día sigue siendo la “vara de medición” del valor.
Su desmonetización fue un acto político que, en lo económico, no puede quitarle lo que la libre acción de las personas en el mercado le sigue otorgando.
No sorprende entonces que el dinero fíat, una mercancía que se produce de manera ilimitada – y gracias a la tecnología mucho más rápido que nunca-, padezca de una enfermedad devaluatoria crónica reflejada en la tendencia ascendente del precio del oro en el largo plazo.
De los 35 dólares que costaba hace 50 años una onza, hoy cotiza en más de 1,700 dólares, pero su máximo histórico alcanzado en agosto de 2020 lo disparó a más de 2,074 dólares por onza. Ese récord volverá a quedar rebasado en cuestión de tiempo.
La carrera del precio del oro será siempre ascendente en un sistema de dinero fíat, que necesita de una creación exponencial continua de billetes para subsistir.
Es así como en general, vestida de inflación, la devaluación del dinero se disfraza para acostumbrar a las personas a un fraude que pasa frente a sus ojos, pero que pocos pueden ver.
A causa del dinero fíat – la estafa engañabobos más grande jamás creada-, los gobiernos y bancos centrales meten mano a los bolsillos de todos, nos roban poder adquisitivo y se lo gastan antes de que pierda más valor.
En cambio, los más desfavorecidos, aquellos que se encuentran más alejados del círculo de poder gubernamental y bancario, tienen que esforzarse trabajando cada vez más duro para ganar ingresos que a diario valen menos, muchos de ellos sin saber, que en el oro tendrían la “vacuna” perfecta contra una enfermedad con muchas más víctimas que la propia Covid-19.
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