Por Alexandra Ulmer
RÍO DE JANEIRO, 21 ago (Reuters) - Cuando la esgrimista venezolana y ex ministra de deportes Alejandra Benítez fue eliminada en la segunda ronda de los Juegos de Río de Janeiro, vestía un uniforme con los ojos del divisivo líder, el fallecido Hugo Chávez.
En casa, fue demasiado para los televidentes que culpan a Chávez y sus seguidores por el colapso de la economía, y acudieron a Internet para decir que los ojos del revolucionario le habían dado mala suerte a la deportista.
Benítez, de 36 años, respondió con un video - esta vez vistiendo una camiseta con un dibujo estilizado de los ojos del político de izquierda sobre los aros olímpicos: "Para que les duela más, miren los bellos ojos de mi comandante", dijo.
El encono de la política de Venezuela había llegado a Río.
Alguna vez pujante gracias al petróleo y con una creciente clase media, el país ahora está en crisis: la comida escasea tanto que se producen disturbios fuera de los supermercados y los saqueadores asaltan camiones de entrega todos los días. También faltan medicamentos.
Para una nación con semejante dificultad económica, los Juegos podrían haber ofrecido una distracción de la política. En cambio, mostraron lo profundamente politizado que está el deporte venezolano.
Benítez, quien se desempeñó como ministra de deporte poco después de que Chávez murió de cáncer en 2013, es parte de un grupo de atletas pro-gubernamentales que se han beneficiado del respaldo estatal y apoyan al autodeclarado "hijo" y sucesor de Chávez, Nicolás Maduro.
Maduro, a su vez, ha usado los Juegos para anotarse puntos políticos en maratónicas presentaciones televisivas.
El martes, el ex conductor de autobús, de 53 años, elogió a Yulimar Rojas -a quien le dio un auto nuevo este año- por ganar la medalla de plata en salto triple en Río.
"Una muchacha que hace unos años estaba en Barcelona (Venezuela) tranquilita, pero llegó la Misión Barrio Adentro Deportivo y la descubrió y le dio todo el apoyo", dijo Maduro en la televisión estatal.
"¿Gracias a qué? A la Revolución Bolivariana, a nuestro comandante Chávez, a la revolución deportiva".
La mayoría de los casi 90 atletas olímpicos de la nación dependen del patrocinio y el respaldo del Gobierno, pero algunos carecen de entrenadores y practican con equipamiento muy pobre. Algunos tuvieron que pedir donaciones para financiar su viaje a Brasil.
Un portavoz del Comité Olímpico Venezolano no respondió a un pedido de comentarios.
BUSCANDO PROVISIONES EN RÍO
La mayoría de los atletas venezolanos ha mantenido un perfil bajo en Río, optando por enfocarse en el desempeño y no en la política. La nación ganó tres medallas: una de plata y dos de bronce.
En entrevistas con alrededor de una docena de atletas, varios confesaron tener otra cosa en la mente: conseguir alimentos, medicamentos y otros bienes básicos para llevar de regreso a casa.
La jugadora de voleibol de playa Norisbeth Agudo dijo que su familia y sus amigos le habían pedido medicamentos y cosméticos, mientras que el velerista José Gutiérrez también dijo que quería llevar medicamentos a casa.
"Ese no es el motivo por el que estoy aquí", dijo Gutiérrez, quien vive en Caracas. "Estoy aquí para pensar en la competencia (...) pero por supuesto uso la oportunidad para llevar a casa las cosas que necesitamos", agregó.
Muchos eran reticentes a hablar sobre un tema de tanta sensibilidad política.
"Para no ser polémico prefiero no hablar de este tema", dijo el basquetbolista Gregory Echenique. Describió el contexto en Venezuela como "duro" y dijo que él había mudado gran parte de su familia a Estados Unidos.
En contraste, los aficionados venezolanos que hicieron el viaje a Río, pese al derrumbe de la moneda local y la falta de vuelos desde Caracas, hablaban libremente de llenar el estómago y las maletas mientras estuvieran en Brasil.
"Salmón, bacalao - años que no veo bacalao por allá - una buena parrilla", dijo el venezolano Juan Carlos, de 36 años, al llegar a un juego de baloncesto, agregando que también compraría remedios y productos de higiene. (Reporte adicional de Girish Gupta en Caracas y Jeb Blount, Paulo Prada y Anthony Boadle en Río, editado en español por Gabriel Burín)