Por Geoffrey Smith
Investing.com - El mundo ha invertido poco en combustibles fósiles debido a la obsesión por el cambio climático.
La escasez de oferta resultante y el despiadado recorte de los precios mundiales de la energía solo demuestran que el precio de la mitigación del cambio climático es inaceptablemente alto.
Para más pruebas, véase la orgía de autosuficiencia y autocomplacencia que está a punto de estallar en la conferencia sobre el clima COP26 en Glasgow, Escocia, un evento que parece condenado ya al fracaso, por mucho que los políticos allí presentes afirmen lo contrario.
La exasperación se convierte fácilmente en desesperación cuando las facturas de combustible se disparan (en todas partes), cuando las gasolineras están vacías (como en el Reino Unido), cuando el sistema de energía responsable de mantener las luces encendidas para 1,400 millones de personas se queda sin combustible para cuatro días (como en la India), y cuando el único país que puede resolver tu crisis energética a corto plazo es una cleptocracia represiva que preferirías mantener lo más lejos posible de ti (como en la mayor parte de Europa).
Pero la desesperación no es inevitable y la actual crisis energética -aunque puede repetirse- no será duradera.
La actual crisis, que ha dado a conocer al público inversionista mundial el contrato de gas de referencia holandés TTF y los futuros del carbón chino, es un fenómeno pasajero. En gran parte se debe a la pandemia, que deprimió la producción de carbón de Sudáfrica a China y que retrasó el mantenimiento necesario de las instalaciones de gas de Rusia el año pasado. Pero la pandemia está desapareciendo, y también lo harán estas presiones.
De cara al futuro, también se puede confiar más en que los precios altos serán, como de costumbre, la cura para los precios altos, y en que la futura normativa se redactará para ofrecer mejores incentivos para la energía de reserva y más redundancia en la infraestructura, especialmente en el almacenamiento, la única solución al problema de la intermitencia de las renovables.
Lo más importante es que los dos países que impulsarán el cambio climático más que ningún otro en los próximos años -China e India- saben que no pueden permitirse un mayor crecimiento desenfrenado del consumo de combustibles fósiles.
Durante muchos años, la limitación efectiva de la política china fue la contaminación y las emergencias de salud pública creadas por el esmog de sus centrales eléctricas de carbón. Sin embargo, las catastróficas inundaciones de este año en varias partes del país han dejado claro que los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más una amenaza para la estabilidad económica y, en última instancia, social. Los analistas de UBS (SIX:UBSG) señalan que, mientras que el 40% de los 210,000 millones de dólares de pérdidas relacionadas con el clima del año pasado se aseguraron en todo el mundo, solo el 2% correspondió a China.
"Cuando protegemos la naturaleza, ella nos recompensa", dijo el Presidente Xi Jinping en un discurso a principios de este mes en referencia a esas inundaciones. "Cuando explotamos la naturaleza sin piedad, nos castiga sin piedad.
Sin duda, estos temas no impedirán que ni China ni la India quemen más carbón a corto plazo. Y la medida de Beijing de esta semana de aprobar nuevos proyectos de minas de carbón en Mongolia contradice rotundamente la ambición declarada por el presidente Xi Jinping de alcanzar un pico de cero emisiones de carbono para 2030, lo que hace sospechar que Beijing volverá a dar marcha atrás en cualquier acción que amenace el crecimiento a corto plazo.
Pero los últimos proyectos de energías renovables de China -ya está construyendo una granja solar en su desierto occidental que generará tres veces más energía que la presa de las Tres Gargantas- son claramente mucho más que un mero gesto simbólico: ya tiene más capacidad renovable instalada que Japón y Alemania juntos. El país está invirtiendo mucho en la limpieza y la ecología.
El progreso del mundo hacia un sistema energético global más resistente y ecológico no puede evitar ser caótico, desigual y obstaculizado por la competencia económica entre naciones. Pero no por ello deja de ser un progreso, y es probable que ni la COP26 ni las presiones del mercado a corto plazo lo detengan.