Por Geoffrey Smith
Investing.com - Es fácil tachar la cumbre climática del presidente Joe Biden de la semana pasada de espectáculo vacío, con cierto toque de escaparate de virtud política por una élite desesperada por evitar ser elegida villano mundial del gran drama de nuestra era
Fácil, pero erróneo.
La derrota de Donald Trump en noviembre pasado marcó casi con toda seguridad la última vez que un negacionista del cambio climático controlará una importante economía avanzada. Entre los estados del G20, el brasileño Jair Bolsonaro es el último en hacerlo y parece seguro que será destituido de su cargo el próximo año, tras la desastrosa caída de sus índices de aprobación debido a la mala gestión de la pandemia.
Así pues, se ha restablecido el consenso forjado en las conversaciones sobre el clima de París en 2015. Los cambios de actitud generación tras generación probablemente asegurarán que esta vez se mantenga. Seguirá habiendo discusiones sobre las soluciones, pero parece poco probable que el mundo vuelva a cuestionar que existe un problema.
Esto importa. Resolver esta cuestión elimina muchos de los obstáculos políticos que imposibilitaban los cambios profundos en cuanto a cómo se recaudan y destinan los impuestos. Un acuerdo internacional de esta naturaleza garantizará que los Estados mantengan un papel muy activo en cuanto a dónde va y no va el capital, sobre todo en lo que respecta al sector energético, pero también en áreas como la construcción y el transporte.
Puede que el Estado en general (y los Estados comunistas en particular) tengan un largo historial de asignación inadecuada de capital cuando elige ganadores en tales circunstancias, pero la historia sugiere que la recompensa para los inversores dispuestos a apostar contra ese impulso político será de hecho muy pobre.
El grado de unanimidad mostrado la semana pasada fue notable entre una colección de líderes que, en otras ocasiones, difícilmente podrían estar de acuerdo siquiera en qué día es: Estados Unidos se comprometió a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% con respecto a los niveles de 2005 para 2030, un objetivo mucho más ambicioso que la promesa del presidente Obama del 26-28% para 2025 en las conversaciones originales de París.
Aún más llamativo fue el nuevo objetivo de China, anunciado unas semanas antes: ser neutro en carbono para 2060, acelerando la eliminación gradual del carbón como fuente de energía. Tras estas promesas, no hay un idealismo ambiental soñador, sino más bien una lucha por la posición en la búsqueda del dominio de las tecnologías que impulsarán la próxima revolución industrial. China, la UE y ahora Estados Unidos ya están reconociendo que los países que quieran situarse a la cabeza a nivel mundial tienen que legislar a nivel nacional para crear un marco que fomente esas tecnologías.
Los primeros efectos de este renovado consenso global sobre los mercados ya están claros: los futuros de cobre alcanzaron máximos de 10 años esta semana ante la creciente lucha por un metal necesario en cantidades mucho mayores para los coches eléctricos. El níquel —otro metal de esencial para las baterías— está cerca de máximos de siete años por razones similares. La plata, cuya conductividad eléctrica sin precedentes lo convierte en un componente esencial para elementos como las células de energía solar, está a no más ni menos de un 10% de los máximos de ocho años registrados en agosto.
Pero los impactos no se limitan a los recursos primarios para la industria. Las cualidades en cuanto a reducción de la huella de carbono de la tecnología de teleconferencias de Zoom Video Communications (NASDAQ:ZM), por nombrar sólo un ejemplo, probablemente le valga un lugar en la mayoría de las carteras de modelos centrados en ESG, apuntalando su valoración en los años venideros.
Por otro lado, uno de los factores tras la venta de criptomonedas de la semana pasada ha sido el malestar en torno a la intensidad de energía de toda la esfera criptográfica. Los Gobiernos obligados a buscar una mayor eficiencia energética no pueden hacer más que mirar mientras se queman grandes cantidades de carbón y gas para generar un activo sin ventajas sociales o políticas para ellos, al fin y al cabo.
Los escépticos sin duda señalarán las elevadísimas valoraciones de las acciones verdes de más alto perfil, como Nextera Energy u Orsted, un operador danés de parques eólicos y solares. Los inversores en hidrógeno, en particular, ya han vivido más de un auge y un desplome.
Eso no parece haber impedido que la gente compre: el índice Nasdaq Renewable Energy Generation ha subido más de un 43% desde los niveles previos a la pandemia, mientras que el índice S&P 600 Energy, una cesta de compañías energéticas de la vieja escuela, ha caído más de un 20%.
Los ciclos de modas puntuales y los charlatanes asegurarán que los inversores nunca carezcan de oportunidades para perder sus ahorros en acciones individuales, y no es impensable que la maltrecha industria de petróleo y gas saquen efectivo tan abundantemente como lo ha hecho la industria tabacalera durante los últimos 30 años. Aun así, la dirección del viaje es clara: deje que la tendencia sea su enemigo si insiste, pero no espere ser recompensado por su lealtad a la vieja guardia.
Para disfrutar de la actualidad económica y financiera desde una perspectiva diferente, no se pierda la sección de cómics de Investing.com.