Por David Alire Garcia
CIUDAD DE MÉXICO, 29 ene (Reuters) - Del borde de un misterioso bloque de piedra caliza comenzó a emerger de la tierra después de que César Cabrera despejó un trecho de la granja de su familia en el sureste de México, donde quería plantar sandía.
Varias semanas después, él y otros cinco hombres lo levantaron con cuidado del suelo y se encontraron cara a cara con una estatua de tamaño natural que probablemente había estado enterrada durante siglos. Los arqueólogos accidentales habían realizado el primer gran hallazgo del año en el país.
"¡Mira! ¡Es una imagen de una diosa!" dijo un Cabrera de 52 años, lleno de alegría, recordando sus primeras palabras cuando vio el rostro de la figura aquel día en su predio en Veracruz, en el sureste mexicano.
Los agricultores levantaron con cuidado la estatua en un camión y la llevaron a la casa de Cabrera. Tras una búsqueda en Internet en los días siguientes, Cabrera se convenció de que la estatua, tallada con elaborados ornamentos y un tocado de plumas que fluye, se parecía a la diosa huasteca de la lujuria.
Los expertos creen que es más probable que la escultura de más de 500 años represente a una mujer de la élite, posiblemente una reina, de la cultura huasteca, una de las sociedades antiguas menos conocidas de México debido en gran parte a la poca investigación y el saqueo a gran escala desde hace más de un siglo de su arte naturalista único.
Durante siglos, los prósperos centros de población huasteca salpicaron la húmeda costa sureste del país, muchos de ellos agrupados alrededor de ríos que desembocan en el Golfo de México, que se extienden a lo largo de seis estados, incluidos Veracruz, Tamaulipas y San Luis Potosí.
Cuando el conquistador español Hernán Cortés llegó a la costa de Veracruz en 1519, durante décadas habían sido absorbidos por el imperio azteca, ridiculizados como borrachos y demasiado sexuales por las élites imperiales pero valorados como un vínculo crucial con las riquezas de la costa del Golfo como el cacao y tela de algodón especialmente fina.
Retratar a los huastecos como bárbaros fue probablemente una estratagema para justificar la sumisión incluso cuando se extendió su influencia artística, según los historiadores.
"La región de la costa del Golfo realmente tenía una de las tradiciones escultóricas más notables", dijo Kim Richter, experta en arte huasteca del Getty Research Institute en Los Ángeles. Richter dice que la tradición enfatizaba a las mujeres poderosas, a menudo tatuadas y casi siempre desnudas.
Muchas estatuas fueron saqueadas a finales del siglo XIX y principios del XX por oficiales navales británicos y geólogos de la industria petrolera en el puerto de Tampico en el Golfo de México, agrega Richter, lo que en parte explica por qué el Museo Británico tiene una colección tan extensa.
Entonces, como ahora, faltaba documentación arqueológica cuidadosa.
"Este increíble patrimonio cultural no se está excavando y no se está conservando adecuadamente", dijo, al apuntar que casi todas las investigaciones en curso en la región corresponden al llamado trabajo de "rescate", requerido legalmente antes de que las excavadoras puedan limpiar la tierra para el desarrollo.
En los últimos dos años, los fuertes recortes al financiamiento de la investigación en México han obligado a cerrar muchas excavaciones arqueológicas en todo el país.
La arqueóloga Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad de Veracruz, señala una apreciación de la escultura huasteca fuera de México. Como ejemplo citó lo que ella describe como una Venus del México antiguo, desnuda y con curvas pero sin cabeza, actualmente exhibida hasta julio en el museo Quai Branly en París.
La experta indicó que el descubrimiento de la "diosa" huasteca, encontrada por los afortunados lugareños en lugar de por arqueólogos capacitados y que está esperando un destino en el depósito en la casa de Cabrera, debería enviar un mensaje al Gobierno.
"Creo que esta señora nos viene a recordar que tenemos un pasado que cuidar y un patrimonio que investigar", dijo Ladrón de Guevara. (Reporte de David Alire Garcia; Editado por Daniel Flynn y Rosalba O'Brien; Traducido por Sharay Angulo)