¿Pasará el liderazgo del Banco Central Europeo (BCE) de lo imperioso a lo imperial? En una de sus primeras apariciones como presidenta del BCE, Christine Lagarde condujo la semana pasada a los otros 24 miembros del Consejo de Gobierno del banco a un lugar fuera de las instalaciones: un hotel alemán de cinco estrellas ubicado en un castillo del siglo XIX construido por la emperatriz Victoria.
El objetivo, según numerosos informes de los medios, era discutir la mejor manera de reparar las relaciones entre consejo y presidencia pues los dirigentes de los bancos centrales nacionales de la eurozona llevan mucho tiempo frustrados con la tendencia de Mario Draghi de tomar decisiones con la ayuda de su gabinete de cocina y presentarlos como un hecho consumado de política monetaria.
Ése fue especialmente el caso en las últimas decisiones del presidente saliente de recortar los tipos de interés de referencia, hundiéndolos un poco más en territorio negativo, y de relanzar el programa de compra de activos por valor de 20.000 millones de euros al mes por un período indefinido. Hasta un tercio de los miembros del consejo se opusieron a esta última medida, según informes de prensa.
Así, una de las primeras cosas que Lagarde tenía que tratar era si hacer obligatorias las votaciones en tales casos —cosa que por lo visto no ha sido así hasta la fecha— a pesar de que el BCE cuenta con un complicado esquema de quién tiene derecho a voto en qué mes. Sin embargo, aún no se conoce si en la reunión se han discutido los procedimientos de votación. El resumen mensual del BCE de las decisiones de política no monetaria publicadas el pasado viernes no hace ninguna mención al respecto.
Lagarde va a pronunciar su primer discurso como presidenta del BCE el próximo viernes, por lo que será interesante ver si menciona este debate o se ciñe a cuestiones elevadas como la necesidad de una política fiscal para apoyar la política monetaria.
Lagarde ciertamente tuvo tiempo de acostumbrarse a la buena vida de las finanzas internacionales durante sus ocho años como directora gerente del Fondo Monetario Internacional. Aunque el periódico británico euroescéptico, el Telegraph, describió el emplazamiento de la reunión del BCE como lujoso, la cena y la estancia en el Schlosshotel Kronberg difícilmente se clasificarían como el pináculo del lujo para Lagarde —ni para de ninguno de los gobernadores del banco central, de hecho.
La salida de las instalaciones la semana pasada fue la primera para el BCE, una institución relativamente joven cuyos presidentes anteriores no han sido de la mentalidad de entretener al Consejo de Gobierno de esta manera. Lagarde, sin embargo, tuiteó una foto de los miembros del consejo alrededor de una gran mesa en una sala brocada con un texto en el que decía que habían discutido en un ambiente informal sobre cómo dirigir el Consejo de Gobierno.
El número de miembros del Consejo de Gobierno coincide exactamente con las dos docenas de directores ejecutivos con los que Lagarde tenía que lidiar en el FMI, por lo que sin duda se habrá sentido cómoda con el grupo. El hecho de que ella fuera la única mujer presente suscitó comentarios sarcásticos en Twitter sobre el equilibrio de género, pero probablemente no haya molestado a Lagarde, que está acostumbrada a trabajar en un mundo de hombres. (Sólo tres de los directores ejecutivos actuales del FMI son mujeres).
Parece poco probable que miembros del consejo como el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, que se opuso vehementemente a las políticas de dinero fácil de Draghi, puedan comprarse con una noche en un hotel spa en el Taunus, pero puede ser que el cambio de estilo de Lagarde tenga de verdad un impacto en el fondo de los debates del BCE. El primer discurso del viernes de la nueva presidenta del BCE con suerte ofrecerá algunas pistas.